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P. Mauricio de Begoña 107 con todos y cada uno de los seres humanos que se le acerquen con buena voluntad o, siquiera, con educación y cortesía. Y com o si este ejemplo y esta actividad, en los cuales a nadie le puede pasar desapercibido cuánto se encierra de renovador, no fuera más que el principio, ha concretado directrices a los prelados de la Iglesia, a las Orde­ nes Religiosas, para lograr esa revisión de conceptos y de fuerzas, esa adap­ tación imprescindible, promoviendo estudios, consultas a universidades, con­ gresos sacerdotales y religiosos, con el fin expreso de estudiar y proponer las medidas de la adaptación, sobre cuya necesidad ya no se discute, sino sobre los medios, el tiempo y la oportunidad de ponerla por obra. El ideal es bien claro; tan claro com o evidentes son las dificultades y el cúmulo de aptitudes previas y hasta de intereses creados, de inercias seculares sin vita­ lidad, que habría que remover antes de llegar a la meta deseada. M as contentétemos con consignar el hecho de que sobreabundan los síntomas de renovación en la vida de la Cristiandad. A nadie puede extrañar que los impulsos de renovación, por eso mismo que son auténticos, corran el riesgo de ser expeditivos, con los peligros con­ siguientes. A ún salvado el escollo de reclamar una falsa reforma de la Igle­ sia, es muy difícil justificar la intemperancia histórica de la palabra refor­ ma, aunque se añada que se refiere únicamente a la «iglesia fenomenológica», es decir: tal com o actualmente se manifiesta en ideas, aspiraciones, espe­ ranzas, éxitos y fracasos de la hora presente, y a pesar de que se excluya posi­ tivamente una definida reforma histórica y se afirme que se toca exclusiva­ mente un movimiento reformista en la Iglesia católica, considerado como elemento de la vida eclesial. Por esta razón, com o preámbulo de unos refle­ jos literarios, preferimos hablar de renovación, más que de reforma. Bastará enumerar un cierto número de manifestaciones de la vida cató­ lica contemporánea para darse cuenta de que, más que de reformismo re­ sentido, se trata de un fenómeno de adaptación propio de todo organismo vivo. H e aquí algunos de tales h echos: el movimiento litúrgico; las ini­ ciativas de los sacerdotes obreros con sus alternancias y solución no defini­ tiva; la expansión de la A cción Católica; la revisión de formas y estilos de actuar en la vida cristiana de las Ordenes Terceras y Asociaciones pia­ dosas; los movimientos suscitados en la Iglesia católica en favor de la unión de las iglesias cristianas. En realidad no se aspira a una revisión ni siquiera parcial de los cuadros del pensamiento católico, ni mucho menos de la estructura esencial de la Iglesia. Se quiere suprimir ciertos abusos, exa­ minando antes si lo son; se tiende a cambiar ciertas conductas y a mejorar en lo posible las cosas. Es un movimiento serio y sincero. Procede de un gran deseo de veracidad cristiana. Es incuestionable que tal movimiento se nos impone en parte a los cató­ licos por la crítica que el mundo moderno ejerce sobre nosotros, Ahora bien, la crítica del mundo puede ser impulso o norma de actuación para un dis

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