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R e flejo s d e la p red ica ción sagrada en la litera tu ra actual en los negocios como en las letras, en la política como en la filosofía, en las relaciones familiares y sociales como en los deportes y en las diversioses. Si todo ello obedece a ritmo de la vida, a imperativos de urgencia, a preocupa­ ciones inmediatas y primordiales de subsistir, habitar y no morirse, nada tiene de extraño que la predicación, al fin y al cabo fenómeno social, se ajuste a esas normas. U n sermón de dieciocho minutos es hoy el equivalente cronológico de una oración sagrada de hora y media a principio de siglo. No hay tiempo de barroquismos, y lo aereodinámico se impone, y dentro de poco lo turbopropulsor. Otra concausa, ésta ya más inmediata, impone esas características. Es la que podemos llamar corte cinematográfico de la vida y de sus expresiones. Ritmo acelerado y sincopado: tal es la moda en lo trascendental y en lo frívolo. La novelística, como acabamos de ver, y el cine, ofrecen no raras veces al público sacerdotes predicando al pueblo, a unos soldados en el campo de batalla, y esa predicación queda para el público como ejemplar, y es contrastada con la predicación de los templos. No siempre su juicio se inclina en favor del sacerdote de su parroquia o convento. Esas mismas películas— he aquí una últim a causa que aduci­ mos como la menos determinante— exhiben el ministerio de la palabra en los pastores protestantes, y ya sabemos las características de su predicación de tipo anglosajón. ¿Es imposible que estos módulos cinematográficos y novelescos hayan influido en nuestra predicación, lo mismo que otras for­ mas de vida cinematográfica derivan hacia la misma vida real de nuestros países católicos mediterráneos? En todo caso, los mismos novelistas antes citados se encargan de hacer constar que esa predicación, de la cual nos han ofrecido algunos ejemplos, positivamente es y quiere ser distinta de la anterior. Los novelistas no tienen reparo en hacerlo constar así en esas inevitables reflexiones que todo novelista se permite hacer a lo largo de su obra, por muv indiferente y objetivo que quiera parecer, sin tesis y sin sentar cátedra. «A despecho de las apariencias— dice Bernanos— , y aunque se conserva cierta fidelidad a un determinado vocabulario, por otra parte inmutable, los temas de la elocuencia oficial no son los mismos. Nuestros mayores no los hubieran reconocido. En otro tiempo, por ejemplo, una tradición secular imponía que un discurso episcopal no acabase sin una prudente alusión — convencida, desde luego, pero prudente— a la próxima persecución v a la sangre de los mártires. Estas predicciones son hoy día raras. Probable­ mente porque la realización parece menos incierta» ( 23 ). Finamente observado el matiz de que un actual estado de latente per­ secución no es aludido, precisamente porque existe y porque es algo más que un recurso retórico. (2 3 ) Id ., Ibid., p á g . 11.

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