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P. Mauricio de Begoña 139 mente y respondiendo a otra modalidad general de nuestro pensar y vivir contemporáneos, en los cuales las manifestaciones de la vida y de la acción no suelen estar inspiradas en razones o principios trascendentales, sino que más bien los evitan con menosprecio e indiferencia. Lo cierto es que en las mismas versiones del sacerdote se presentan tipos que, si no desdeñan directamente el razonamiento tradicional escolástico, dan la impresión de sentirse desamparados ante el adversario, si se limita­ sen a replicar con razones que ellos mismos juzgan no del todo tranquili­ zadoras. Tal es el caso por ejemplo del cura de aldea de Bernanos, de la­ mentable perplejidad. A caba de escuchar una requisitoria excéptica y volte­ riana de un médico, y estampa en su diario estos remordimientos: «Desde hace dos días me reprocho el no haber respondido a esta especie de requisitoria. Sin embargo, en el fondo de m í mismo no me reprocho de sinrazón o de haber hecho mal. Por lo demás, ¿qué le iba a decir? Y o no soy el embajador del D ios de los filósofos, yo soy el servidor de Jesucristo. Y lo que me hubiera venido a los labios mucho me temo que habría sido una argumentación, muy fuerte sin duda, pero tan débil también, que me ha convencido desde hace mucho tiempo sin tranquilizarme, sin darme la paz.» «N o hay otra paz que Jesucristo» ( 22 ). En estas tres características podemos resumir cuantas observaciones pue­ den hacerse sobre el tema. Ahora nos interesa señalar, en lo posible, sus causas. N o es ninguna revelación afirmar que entre nuestros escritores y aún entre el mismo público medio está extendida la idea de que el público de sermones es un público ñoño. Es muy difícil decir qué se entiende exacta­ mente por este térm ino; pero al menos de una manera práctica, todo pre­ dicador eclesiástico, particularmente si predica novenarios, ya sabe de qué gentes se trata. Las mismas organizaciones nuevas católicas van eliminando de sus métodos de formación e información la predicación, tal com o se en­ tendía hasta hace poco. Esta, para defenderse y continuar lo que nunca po­ drá dejar de ser en la Iglesia de D ios, el ministerio de la Palabra divina, el cometido inmediato de los apóstoles de todos los tiempos, queriendo o sin querer, creemos que con plena conciencia, evoluciona según las necesidades del mismo público. Ta l es la primera causa de las nuevas características de la predicación. La actualidad v concretez del tema y la poca preocupación por la forma son hechos que alcanzan a todas las manifestaciones de la vida actual, tanto cafandra que proteja y conecte la inmersión en lo «desconocido» con el aire puro de las alturas del magisterio. Del único magisterio que Dios instituyó para guía de los mortales en su caminar hacia lo eterno.» (22) G eorge B ernanos , O. c., págs. 98-99.

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