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P. Mauricio de Begoña 1 3 3 cíales lo que con los sermones acerca de las modas, afeites y costumbres inmorales femeninas. Son de éxito inmediato, suscitando curiosidad e inte rés no siempre sanos, y son quizá un poco menos estériles que estos últimos. Los temas sociales se prestan además a ser un recurso fácil y sustitutivo de otros temas, com o los dogmáticos, los morales, los apologéticos y aun los culturales, que por más invariables, son siempre necesarios y de más altura sacerdotal. Los públicos, com o masa, son femeninos, sádicos y murmura dores. Nada les gusta tanto com o que se les flagele y se les exbiba sus pro pias lacras, y sobre todo las del vecino. Lo prefieren a la verdad positiva, a la majestad y belleza de la religión y del destino humano y la exposición de las virtudes. Es lo mismo que ocurre con la temática del teatro, de la novela y del cine. Pero el sacerdote debe saber situarse discretamente en el justo medio del interés de su palabra y la altura del tema que expone. Bernanos hace hablar a varios sacerdotes sobre el tema social. H e aquí los dos momentos, el de entusiasmo y el de la reserva cuidadosa, al enfren tarse con estos temas. Habla el cura de T o r c y : <(Aquí donde tú me ves, me gustaría predicarles a los pobres la insurrec ción. O más bien, no les predicaría nada. Tomaría por m i cuenta de momen to a uno de esos «militantes», de esos mercachifles de frases, de esos que juegan a la revolución y les enseñaría lo que es un tipo de Flandes. N o s otros los flamencos llevamos la rebelión en la sangre. Recuerda la historia. Los nobles y los ricos nunca nos han dado miedo. Gracias al cielo, lo puedo confesar ahora. Por más que sea un hombre fuerte y vigoroso, D ios no ha permitido que sea muy tentado en mi carne. Pero la injusticia y la desgra cia, ¡caram ba !, esto me enciende la sangre. H o y tú no te puedes dar cuen ta. Por ejemplo, la famosa encíclica de León X III «R emm N ovarum », vos otros ahora la leéis tranquilamente de seguido, com o un precepto de cual quier cuaresma. En nuestro tiempo, muchacho, nos parecía sentir temblar la tierra bajo nuestros pies. ¡Q u é entusiasmo! Y o era por entonces cura de Norefontes, en plena región minera. Esta idea tan simple de que el tra bajo no es una mercancía, sometida a la ley de la oferta y de la demanda, que no se puede especular sobre los salarios, y sobre la vida de los hombres com o con el trigo, el azúcar o el café, todo esto revulsionaba las conciencias. Por haberlo y o explicado desde el púlpito a mis buenos hombres, he pasado por socialista y los paisanos ponderados me han hecho caer en desgracia en Montreuil. M e importaba a m í tres cominos esa desgracia, date cuenta. Pero de m om e n to ...» ( 18 ). Si por alguna clase social ha de tener predilección el sacerdote, es absolu tamente por las más desvalidas. Pero aun aquí, el apostolado de la predica ción no es tan simple com o pudiera parecer en principio. H ay que situarse (18) Journal d’un Curé de Campagne, por George Bernanos. París, 1951, páginas 70-71.
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