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entrar en el cielo tuvieran más facilidades que los ricos. El Padre Smith vol vió la cabeza para ver cóm o se tomaba el sermón el Padre Beniboat, pero éste tenía el birrete tan inclinado sobre los ojos que le fué imposible ave riguar lo que estaba pensando. Desde las gradas del altar, después de haber puesto sobre aviso a los que nunca habían estado más allá de Dun con acerca de los peligros que ofre cía París con sus «acicaladas y enjoyadas Jezabeles, haciendo alarde de sus vi lezas en palacios de mármol», M onseñor O ’D u ffy inició la parrafada final. Y a sé, ya sé lo que estaréis pensando— dijo— . Estáis pensando que todo esto está m uy bien, pero que ya tendréis tiempo de sobra para arrepentiros antes de morir, y que aun podéis pasar algunos buenos ratos con el mundo, el de monio y la carne. Pues bien, no os fiéis del tiempo que os queda. Esta mis ma noche el Señor puede deciros: «Aund ry o Bessie o Jimmi, le ha llegado la hora a tu alma», y si no está limpia de pecado mortal y tan reluciente co mo una sartén recién bruñida, iréis de cabeza al infierno a aullar y desgañi faros por toda la eternidad con los demás condenados. Hace veinte años ha bía en esta ciudad dos m ineros: uno llamado Pat y otro M ik e , y hacía va rios años que ninguno de los dos cumplía con sus obligaciones religiosas. Un buen día, me los encontré en la calle y les d ije: «Pat y M ik e ; ambos sa béis tan bien com o y o lo que os sucederá si morís sin confesaros y recibir la Sagrada Comunión». Pat hizo caso de m i advertencia y cumplió con sus deberes religiosos; pero M ik e desoyó mis consejos, y la próxima vez que volví a verle fué tendido en el suelo, vomitando hasta la última gota de su sangre. D ios os bendiga, com o y o lo hago en el nombre del Padre y del H ijo y del Espíritu Santo. Excepcionalmente, después de la misa se dió la bendición con el Santí simo Sacramento, porque se trataba de una ocasión especial. Prosternado ante la Hostia expuesta en la custodia, el P. Smith dió gracias a D ios por haber dotado a la Iglesia de una infabilidad inalterable, aunque los sacerdo tes trabucasen sus palabras cuando desde el púlpito se expresaban con sus voces humanas» ( 17 ). G. SoCIAL-CuLTLIRAL El tema social es la máxima tentación del orador sagrado popular, tanto más peligrosa cuanto más fundamento razonable tiene para existir y cuanto es más propicia al éxito inmediato. Precisamente en su éxito inmediato, de latiguillo, está su peligro en cuanto que fácilmente se puede hacer lo que se ha llamado demagogia blanca, que, por otra parte, es casi estéril en el campo de las reformas sociales. Ocurre con los sermones so- 132 Reflejos de la predicación sagrada en la literatura actual (17) B r u c e M a r s h a ll, O . c., págs. 153-158.
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