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P. Mauricio de Begoña 131 haceros volver por el temor al camino del Señor. En realidad, son dos las misiones que me propongo predicar; una en inglés, para los escoceses c irlandeses, y otra, en italiano, para los de dicha nacionalidad. La primera tendrá lugar a las ocho de la tarde, y la segunda a las siete, pero he de advertir que no basta con que asista un miembro de cada familia a la mi­ sión italiana, sino que han de venir todos los italianos a la parroquia. «Am ados hermanos en Jesucristo: contemplando el mundo de nuestros días, vemos a una enorme masa de gente borracha, rugiente, lujuriosa, blas­ fema, vociferante, turbulenta y pagana, hormigueando por las calles de nues­ tras ciudades y creyéndose ciudadanos respetables sólo porque llevan som­ brero e impermeables transparentes y paraguas del mismo género. Pero no son respetables. N o son respetables porque no prestan la debida obediencia a los Mandamientos de la Ley de Dios. Y esa masa rugiente, borracha, lu­ juriosa, blasfema, vociferante, turbulenta y pagana, se irá de cabeza al in­ fierno por toda la eternidad, si no anda con mucho cuidado. Y vosotros, amados hermanos en Jesucristo, formáis parte de esa masa rugiente, borra­ cha, lujuriosa, blasfema, vociferante, turbulenta y pagana.» A l llegar a este punto, el Padre Smith, que hacía de subdiácono, dejó de prestar atención a la plática, aunque de tarde en tarde le llegaba alguna de las frases del canónigo, resonando a través de la iglesia com o el restallido de un lá tig o : «N inguna pareja de novios en esta parroquia debe pasear por callejas oscuras y solitarias después de las diez de la n o ch e : Nuestro Señor jamás ha visto con buenos ojos que las jovencitas lleven medias de seda de color de carne en ninguna época del año, pero mucho menos durante el santo tiempo de Cuaresma.» ¿Era esto, en realidad, lo que se pretendía conseguir? ¿N o era un des­ pertamiento a los más sutiles llamamiento del Señor lo que hacía falta? Los pecados escandalosos debían ser evitados, desde luego, porque la embriaguez y la lujuria empañaban el cristal del alma e impedían la reconfortante vi­ sión de D ios a aquellos que los cometían. Pero ¿no sería la respetabilidad, pese a proscribir la embriaguez y la fornicación tan rigurosamente com o lo hacía la Iglesia, el mayor de todos pecados, puesto que hacía pasar por sin­ ceridad la mera apariencia? Los banqueros, los corredores de bolsa, los abo­ gados, los directores de compañías mercantiles, los que en general estimula­ ban a los jóvenes para medrar en el mundo y perder el brillo de sus ojos, ¿no eran mayores pecadores que los borrachos y los lujuriosos, puesto que los pecados que cometían en sus oficinas se extendían por todo el mundo y mancillaban al inocente? Pero entre los feligreses del Santo N om bre no había banqueros, ni corredores de bolsa, ni abogados, ni directores de com ­ pañías mercantiles, porque en Escocia sólo los pobres eran católicos. Quizá por eso D ios les amaba tanto y sólo les ofrecía los obstáculos más fáciles pa­ ra vencer, la sobriedad y la pureza, porque eran tantas y tan penosas las demás pruebas que tenían que sufrir en la tierra, que era de justicia que para

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