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P. Mauricio de Begoña 1 2 9 carse la mitra al postrarse frente al altar durante la letanía de los Santos? — preguntó ( 15 ). N o sólo los temas ingenuos e inmediatos son tomados por los novelistas com o tema de los sermoncitos que ponen en labios de sus personajes sacerdo­ tes. Los temas más difíciles, por ser quizá los más humanos, com o el del do­ lor, se tratan en esos discursos, aunque casi siempre se exponen razones in­ tuitivas, inmediatas, de sentimientos, más que argumentaciones propiamen­ te teológicas. Véase el tema del sermón del cura fugitivo, en Graham Green, que habla ante un primario auditorio de indios en la mayor miseria, mien­ tras él, el sacerdote se sabe perseguido, a punto de ser capturado por los sol­ dados que cercan ya la choza-capilla donde está diciendo misa. El sacerdote es, o por lo menos lo ha sido en días felices, un sacerdote mediocre y vani­ doso. Perseguido en la actualidad, acosado, obligado a un ministerio clandes­ tino, es presa del miedo y de la embriaguez, la cual le permite contrarrestar el primero. H a fornicado con una india; una niña triste ha nacido de su pe­ cado. Pero permanece sin embargo sacerdote — Green no le da nombre— , el hombre de D ios. Su caridad, de vez en cuando, aunque oscilante y frágil, auténtica a pesar de todo, le levanta por encima de sí m ism o ... Ahora está predicando: «U n o de los Santos Padres nos enseña que la alegría depende siempre y es tributaria del sufrimiento. El sufrimiento es parte de la alegría. Nosotros tenemos hambre y figuraos y ved cuán bueno nos parece nuestro alimento. Cuando tenemos sed... A rgum ento muy bien hecho para llamar la atención de su miserable au­ ditorio de indios. Porque para ellos, el sufrimeint» es muy otra cosa que una ascesis voluntaria, una técnica de purificación y de vida mística. El sufri­ miento y la alegría, indisolublemente mezclados, son el pan cotidiano de sus almas. El sufrimiento que alberga a la alegría y de donde brota la esperanza.» Prosigue el sacerdote de Green : «Esta es la razón por la cual y o os he dicho que el cielo está aquí. Esto forma parte del cielo, com o el dolor forma parte de la alegría. Pedid, pues, sufrimientos y más sufrimientos. N o os canséis nunca de padecer los policías que os espían, los soldados que reúnen los impuestos, los golpes que recibís siempre del jefe, porque sois demasiado pobres para pagar; la viruela, la fiebre, el hambre, todo esto es parte del cielo, su preparación. Quizá sin es­ tas cosas, quién puede decirlo, no gozaríais mucho del cielo. El cielo no es­ taría completo, no sería íntegro. El cielo. ¿Q u é es el cie lo ?» Literariamente las frases de la que parecía ahora ser enteramene otra vida — la estricta y tranquila vida del seminario— resultaban confusas en su lengua: los nom(15) Id., Ibid., págs. 228-234.

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