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Es por consiguiente en los temas morales donde más fallos se les puede encontrar. Pero, al mismo tiempo, es ahí donde pueden expansionarse más: expo­ ner su propia visión de la vida y del sacerdote, y hacer llegar a éste reaccio­ nes psicológicas del mundo de hoy, que no son tan sinceramente comuni­ cadas al sacerdote a través de sus ministerios propios, com o podría creerse. A n te el sacerdote el seglar adopta siempre una actitud moral y religiosa, positiva o negativa, y no da a entender fácilmente otras facetas de su vida y de su pensamiento y afectos, que quedan en la zona neutra, en el terreno de nadie de la vida cotidiana y meramente profana. Y esa zona es la que esclarecen y exponen los novelistas, con todos los riesgos que ello implica. N o es extraño que desde este punto de vista el sacerdote aparezca, aun en las novelas, com o un poco ingenuo; al mismo tiempo que el novelista cae en la tentación de reconocerse demasiado sagaz. Una prueba de todo esto nos la ofrece el discurso del Padre Smith acerca de determinados aspectos morales. El novelista, Bruce Marshall, tiene buen cuidado, y el inapreciable talento de poner de manifiesto la endeblez dubi­ tativa de sus argumentos. Nunca es fácil una solución moral. Se trata en una reunión de sacerdotes sobre los medios de evitar que las parejas de ena­ morados se porten incorrectamente en los atrios de las respectivas iglesias: El Padre Smith habló a sí: «Ilustrísimos y reverendísimos padres: Agradezco a M onseñor O ’D u ffy su amable deferencia para conm igo. Y o creo que el canónigo D obb i tiene razón cuando sugiere la conveniencia de dejar a los enamorados en manos de nuestro Señor, porque los Sacramentos son muy eficaces en estas ma­ terias (sexuales) y porque la doctrina de la Iglesia sobre ellas es harto cono­ cida. Tan bien conocida es, realmente, incluso entre los herejes y cismáti­ cos, la doctrina de la Iglesia sobre la moralidad sexual que el vulgo ha llega­ do a suponer que la palabra pecado se refiere casi exclusivamente a las obs­ cenas faltas carnales, y que la falta de caridad es pecadillo que Nuestro Se­ ñor perdona fácilmente. Les ruego que no interpreten mal mis palabras. N o trato de quitar importancia o excusar en modo alguno la conducta que Monseñor O ’D u ffy y el Canónigo Poustie lamentan y censuran. Sé de sobra la enorme ofensa que tal proceder entraña para Nuestro Señor y com ­ prendo' perfectamente que ningún adúltero ni fornicador se halla en dispo­ sición de entender las verdades espirituales de nuestra santa religión. Pero los católicos tienen los Sacramentos para encontrar en ellos la fortaleza ne­ cesaria e incluso entre los no católicos nuestra doctrina es, repito, de sobra conocida, por lo que, a mi entender, una campaña especial sería en realidad un trabajo de supererogación. Hay, sin embargo, otras materias a las que creo que nosotros, los sacer­ dotes, habríamos de prestar más provechosamente nuestra atención. U n ag­ nóstico francés preguntó en una ocasión: Si Dieu a parlé, porquoi le monde 126 Reflejos de la predicación sagrada en la literatura actual

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