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P. Mauricio de Begoña 1 2 3 haya llegado allí», porque, verdaderamente, un sermón de este tipo hubiese sido muy poco amable para las monjitas, que tenían sobrados motivos para esperar su salvación. Pero en vez de eso, el sacerdote pronunció una peque­ ña plática sobre la santidad, haciéndolo en inglés, porque, según explicó, no acaba de dominar los subjuntivos en francés. El mundo hacía mal en reírse de los santos, dijo el Padre Bonnyboat, porque la forja de un santo era la obra más difícil y admirable de D ios. Ser santo no significaba ser una criatura débil y melindrosa que dijese amén a tod o; ser santo signi­ ficaba amar a D ios con toda el alma, y hacer pensar y decir todas las cosas a su mayor gloria. Esta era la única filosofía que podía salvar al mundo, lo cual, sin embargo, no quería decir que los frailes y las monjas y los sacer­ dotes se equivocasen tratando de ser santos y animando a los demás a que lo fuesen. Nuestro Señor había dicho que eran muchos los llamados y po­ cos los escogidos, y que el vasto mecanismo sobrenatural de la Iglesia esta­ ría más que justificado con sólo que hubiera producido un santo. A los ojos de D ios, lo único que importaba eran las invisibles victorias del alma humana y no las aparatosas noticias de los periódicos sobre la política y sobre los yates de Sir Thomas I.ipton. Cuando el Padre Bonnyboat acabó su sermón, Monseñor O ’D u ffy vol­ vió a tocar el armonio, mientras el Obispo, acompañado de los otros dos sacerdotes, iba a revestirse para la bendición solemne» ( 10 ). D . C ircunstancias Algunas veces estas circunstancias no dejan de ser jocosas, y sólo un suave humorismo, que es profunda verdad, las salva y las hace tema de sermones. Por lo demás, los mismos novelistas suelen curarse en salud sobre la posible irreverencia. Un ejemplo de Bruce M arshall: « ¿ N o era Hilaire Belloc quien había escrito: — Donde quiera que alumbra un sol católico, hay siempre alegría y buen vino tinto. A l menos yo siempre lo he visto así. ¡Alabado sea el Señorl Le hubiese gustado al Padre Smith glosar este tema en un sermón, pero supuso que, si lo hacía, sería probablemente mal interpretado, especialmen­ te por aquellos a quienes Monseñor O ’D u ffy había dicho en una ocasión: «Amados hermanos en Jesucristo; se empieza siempre por una copita y se (10) B ruce M arshall , O. c., págs. 62-64.

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