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P. Mauricio de Begoña 1 0 5 Iglesia, es decir, una fase espontánea en su vida, o un acontecimiento sin precedentes más que en las grandes crisis peligrosas y fecundas de la Iglesia, com o el monacato, las órdenes mendicantes o los seminarios tridentinos; ni si están en discusión y revisión viejos y tradicionales conceptos ascéticos, así com o formas externas y estilos de devoción, de ceremonial y de disciplina positiva de la Iglesia respecto a la vida externa de fieles y clero, o si acaso todo ello no es más que el natural revuelo y la acostumbrada resistencia de la naturaleza humana a todo lo que es disciplina. N i tampoco si lo que real­ mente sucede es una peculiar manera de reaccionar una generación, o si obedece a la vez a principios necesarios de la progresión y madurez de un catolicismo más inserto en aquella civilización, que él mismo ha provocado. Ya se ve, por su simple enunciado, cuán importantes son estas cuestiones y otras que pudieran plantearse en torno al hecho que apuntamos: un movi­ miento de renovación en la sociedad cristiana. Las juventudes sacerdotales, seculares y regulares, de uno y otro clero aspiran de cuantas maneras les son posibles, por lo menos a una adaptación presente y actualísima de procedimientos espirituales a las realidades socia­ les de hoy, y no velan, de vez en cuando, su desdén hacia métodos y estilos practicados por sus predecesores. N o es sólo ímpetu juvenil lo que se echa de ver, ni puede reducirse a ese convencimiento vital de toda juventud de sentirse portadora de un nuevo mensaje y de una actual misión que des­ empeñar. Sin prescindir de esta posición, necesaria en toda juventud, el ges­ to que se adopta lo fundamentan en razones históricas y dialécticas y en pre­ visiones del futuro inmediato, con preocupaciones de beatitud y de salvación, es decir, estos filósofos, estos teólogos y moralistas, estos sacerdotes jóvenes dan la impresión de una gran fuerza racional y obran y quieren obrar por motivos de cultura y sobrenaturalismo. N o es menos evidente que los Prela­ dos y los Superiores recogen el hecho indiscutible, aunque lo puedan inter­ pretar diversamente y procuren encauzarlo. El clero no está solo en estas sus juveniles manifestaciones más o menos dirigidas. M á s bien se diría que responde a un clamor común del pueblo cristiano en sus organismos representativos: los políticos, los universitarios, las organizaciones y juventudes que el mismo clero dirige y hasta esa vaga infalibilidad del instinto del pueblo llano católico, que tantos síntomas nos ofrece de que está dispuesto a aceptar, quizá porque lo está exigiendo, cuan­ to de renovador, de vivo, de actuante y de sincero se le ofrezca en la comu­ nidad cristiana y en sus dirigentes. T o d o nos hace pensar que hay una admirable confluencia de caudales ru­ morosos en esta crecida de pueblo y clero hacia la renovación, que no exclu­ ye los riesgos devastadores. La alta jerarquía eclesiástica, Obispos y Superiores Generales de Congre­ gaciones religiosas, se ha hecho eco de estas voces, que proceden de la con­ ciencia cristiana de nuestros días. Es curioso observar cóm o esta Jerarquía,

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