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P. Mauricio de Bogoña 1 1 9 E. Morales. F. M isiones copulares. G. Social-Cultural. D e momento no nos interesa deducir de tales referencias ninguna ejem- plaridad, y mucho menos para el predicador sacerdote contemporáneo, el cual tiene de sobra medios para estar por encima de estas versiones novelís­ ticas de uno de sus más altos ministerios, cual es el de la palabra de D ios. Se trata sencillamente de un informe— y ciertamente incompleto— en el cual todas las reflexiones subsiguientes reconocemos que pueden ser posi­ bles. La temática de esta predicación, su estilo, las predilecciones de autores y público, los reparos que oponen directa o indirectamente a la antigua y a la actual predicación, los mismos errores y falta de verdadera formación e información que los novelistas manifiestan en sus ficciones literarias, su frecuente e indudable buena voluntad y, quizá también, alguna vez, una mal contenida protesta contra el ritualismo de la predicación, su indudable capacidad para captar en sí mismos y en los públicos las reacciones produci­ das por la palabra y la vida sacerdotal, todo ésto no cabe duda que puede constituir datos preciosos y muy útiles, no sólo para tenerlos en cuenta como informe, sino también para ser aprovechados en aplicaciones y rectificacio­ nes de la misma elocuencia sagrada. Pero, insistimos, no nos interesa en esta ocasión ninguna función amonestativa ni docente. A . H omilías El sencillo y fervoroso P. Smith, Párroco del Santo N om bre, predica su homilía en el mercado que la Municipalidad le cede los domingos para que diga su misa y predique a un pequeño auditorio de irlandeses e ita­ lianos, que viven en un medio protestante. «T oda la gloria de la hija del rey es interior; su vestido es de tejido re­ camado con franjas de oro.» En el nombre del Padre y del H ijo y del Espí­ ritu Santo. El Padre Smith reconocía que no era un gran predicador y, aque­ lla mañana, después de haber dicho otra misa v pronunciado otro sermón poco antes y de haber recorrido veinte millas en bicicleta, todo ello con el estómago vacío, desconfiaba por completo de sus facultades para hacer com ­ prender la hermosura de la Iglesia de D ios aquella caterva de santos, pero indolentes italo-irlandeses que se disponían a escucharle. Mientras hacía una pausa después de haber enunciado el tema de su plática, un chiquillo empe­ zó a llorar en el fondo del recinto, v de la calle llegó la quejumbrosa voz de un pilluelo cantando la canción en boga aquel invierno. Si yo plantase una semilla de amor en el jardín de tu corazón ...

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