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P. Mauricio de Begoña 117 leza de la perennidad sacerdotal, más elevada y más extensa que la pater­ nidad según la carne y sin mezcla alguna de egoísmo. O tro tipo de sacerdote, según Mauriac, es el abate Maysonnave, de E l Hábito Pretexto. T iene fama de mundano. Sus manos eran siempre lim­ pias y cuidadas; pero es para que sean dignas de tocar el Cuerpo del Sal­ vador. Frecuenta los salones mundanos; pero es para conseguir recursos para sus obras de beneficencia. Es capellán de las Damas de la yisitación , y son numerosas sus penitentes. Sin embargo, él también experimenta la soledad del sacerdote, sin duda porque no le comprenden. Por otra parte, un artículo que publica en una revista desagrada a sus superiores. C om o cas­ tigo es enviado a un pueblecito lejano e incrédulo. Pero al poco tiempo el abate Maysonnave realiza su transformación espiritual. Es un personaje lleno de nobleza, pero que en verdad no pertenece al mundo. Una vez más, la soledad del sacerdote y esa otra nota de la novelística psicológica sacerdotal: que en sus intervenciones, ya sea com o personaie principal o secundario, nunca deesmpeña «el papel glorioso de dirigir la partida». Pero demasiado sabe él que no le corresponde ser más que un instrumento de la Gracia. Lo cierto es que la actualidad literaria del sacerdote católico en la nove­ lística es tan intensamente tratada y en general con decoro y respeto, aunque no siempre con exactitud y fidelidad, que ya se habla de una nueva apolo­ gética, «la apologética novelada», en la cual intervienen no sólo personajes sacerdotales, sino también simples seglares, creyentes y no creyentes, como en la novela C , de Mauricio Baring, tan rica en sugerencias, en temas y en soluciones de verdadera Apologética, v la profunda, mística y delicada de Gertrudis V o n Le Fort, E l V elo de Verónica. Naturalmente que se ha discutido el derecho del novelista a penetrar en el alma del sacerdote. Pero no interesa tanto este derecho com o la exactitud, la buena fe y la perspicacia de los escritores que, com o tales, forzosamente se han de sentir tentados por el misterio del alma humana. El autor de E l Cardenal, H enry M orton Robison, puede hablar así en nombre de cuan­ tos con actitud honesta se han propuesto novelar la psicología sacerdotal: «Quizá la empresa parezca temeraria. Tal vez alguien inquiera: ¿C óm o se atreve un profano a oficiar de celebrante, a introducirse en el confesonario para absolver a pecadores, luciendo el báculo episcopal y el rojo capelo re­ servado a los príncipes de la Iglesia? A dm ito que el alma de un sacerdote es un lugar vedado. C on todo, la vida eclesiástica tienta al novelista como un desafío lanzado desde un campo casi virgen.» Y tiene razón cuando aña­ de : «Categóricamente afirmo que no es un tratado teológico ni un manual de historia, sino una obra de imaginación, un relato urdido por un observa­ dor de la realidad que cree, a pesar de tanta maldad aparente, que la fe, la

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