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Sin embargo, tanto en Mauriac com o en casi todos los novelistas actuales, la misión del sacerdote aparece com o algo encima de ellos mismos y siempre con una eficacia esencial de redención, de rescate, aunque sea a largo plazo e incluso después de su muerte. Una sola oveja recuperada vale una vida entera sacerdotal. El abate Forcas, de Angeles N egros, del mismo Mauriac, parece demasiado débil, desarmado, solo. Parece que hay una conspiración de silencio, de sorda hostilidad hacia él. Los granjeros de la parroquia le cierran las puertas y azuzan sus perros contra él. Hasta los niños lo eluden. Su hermana Tota, que es la causa de sus sufrimientos, lo considera como un retraído del mundo, aislado bajo su sotana. H e aquí entonces la plegaria del sacerdote: «Señor, y o sé lo que es la soledad contigo y T ú sabes, porque la padeciste hasta sudar sangre, en la noche del jueves al viernes, lo que es la soledad humana sin el Padre.» Pero a pesar de su aparente debilidad, es el abate Forcas quien recoge al recio criminal moribundo Gradére, y el mi­ serable, por fin arrepentido, encuentra quien responda por él ante Dios. A l quedar solo por un momento en la habitación, Gradére lee bajo una imagen la inscripción que resume el cometido en el mundo de Alain For­ cas: Recuerdo de mi ordenación. Irás ante el Señor para predicar la salva­ ción a su pueblo, la remisión de los pecados, la ternura de su misericordia, llevando la luz a los que se encuentran en las tinieblas y en la sombra de la muerte, a fin de dirigir sus pasos hacia la paz.» Esta desolación sacerdotal, íntima, parece el leit motiv de las novelas que pretenden desentrañar el personaje sacerdotal. A q u í pudiéramos pre­ guntarnos. Esa «desolación» sacerdotal ¿es un efecto normal de su misión, de su segregación pontificial, o es el modo de ser habitual de todo hombre que piensa, que es exquisito, que ha entrado demasiado en contacto con el pensar, el sentir y el vivir de la humanidad y se ha habituado a enfrentarse diariamente con los interrogantes de lo infinito? ¿Hasta qué punto es re­ mediable y de hecho se da el caso de que el sacerdote se sienta íntimamente infeliz? Lo cierto es que los novelistas dan del sacerdote una versión que linda con la simplicidad estúpida o con la angustia irremediable. Cabe como consuelo el saber que ninguna psicología de novela profunda acerca del hom ­ bre o mujer es consoladora. En La Farisea, del mismo Mauriac, el abate Calou ha llegado a la triste convicción de que la mayor parte de los hombres no sienten «la necesidad de D ios». Por piedad hacia las almas intenta lo imposible y fracasa. Se trata aquí de un alma joven endurecida por la rebelión y cuyas hurañas energías se reconcentran listas para estallar contra D ios y su ministro. ¿Qu é le queda por hacer a este sacerdote después de su fracaso? «Sufrir, siempre se puede sufrir por los demás», es lo que él mismo piensa, y en su resignación ante el dolor que le agobia, llega hasta reconocerse culpable. «H e esperado de este niño— dice— una alegría de paternidad que te había ofrecido en sacrificio, D ios mío, durante mi retiro de ordenación.» La reflexión ilumina la natura­ 116 Reflejos de la predicación sagrada en la literatura actual

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