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P. Gabriel de Sotiello 89 sin cambiar de naturaleza, aprehender cosa alguna que no cayera bajo el ám­ bito de su objeto propio o de su capacidad de conocer ex natura potentiae. Sin haber llegado todavía a saber positivamente cuál es el objeto propio de nuestro entendimiento, sabemos que no es D ios ni la quididad de la cosa material. La razón comunísima de ser N i filosófica ni teológicamente podemos admitir las tesis de Enrique de Gante, ni del Angélico. La única solución que nos queda es la de que el ser en cuanto tal es el objeto propio y primero del entendimiento humano. Es el ser según su razón comunísima, o en cuanto abstrae de lo sensible e inte­ ligible, de la sustancia y del accidente, y esto por el hecho de que el enten­ dimiento humano puede realizar actos cognoscitivos, tanto acerca de los ob­ jetos materiales com o de los espirituales, de la sustancia y del accidente, de D ios y de la creatura ( 8 ). N o s encontramos ante hechos que no admiten ex­ plicación plausible en la teoría de la quididad de la cosa material y que nos demuestran que nuestra mente es capaz de sobrepasar los límites del ser material. El ser tiene los mismos límites de lo real y de lo inteligible y ese ser es el objeto propio de nuestro entendimiento, y, com o veremos, el ob­ jeto de la Metafísica. Pero, ¿nos es asequible un tal concepto de ser? C om o hace notar Gilson, Escoto, empleando un método que se inspira directamente en Avicena y que anuncia sorprendentemente el que más tarde empleará Descartes, pro­ pone esta regla general para salvaguardar la autoridad de un concepto dis­ tinto : un concepto es distinto de otro si puedo estar cierto del primero y no estarlo del segundo ( 9 ). N o s basta, pues, aplicar esta regla de oro al concepto de ser según su razón comunísima para saber si nos podemos elevar o no a semejante concepto. Escoto recurre a un sencillo examen introspectivo. C on frecuencia tenemos conciencia de entender, acerca de un objeto cognosci­ ble, algo con certeza y algo dubitativamente ( 10 ). Así, por ejemplo, estamos ciertos de que D ios es ser, aunque podemos dudar de la finitud o infinitud de su, naturaleza. Por consiguiente, el concepto ser, del cual estamos ciertos, es de suyo indiferente a la realidad finita y a la infinita. Además, la argu- (1) «Ens secundum quod abstraens a sensibili et insensibili est vere pro­ prium oblectum intellectus.» Ox. ib., n. 22. (9) «Omnis intellectus certus de uno conceptu et dubius de diversis habet conceptum de quo est certus, alius a conceptibus de quibus est dubius.» Ox. I, d. 3, q. 1 et 2, a. 4, n. 6 . (10) «Experimur in nobis ipsis, quod possumus concipere ens, non conci- piendo hoc ens in se vel in alio, quia dubitatio est, quando concipimus ens. utrum sit ens in se vel in alio.» Qu. in Met., lib. IV, q. 1, n. 6 .

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