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P. Pelayo de Zamayón 4 7 existe para nosotros una ciencia del «noúmeno», entendiendo por éste la «cosa en sí», más allá del fenómeno; es decir, de las apariencias. tí) Algo parecido sostienen los positivistas franceses, con Augusto Com- te a la cabeza, cuando responden: No podemos con nuestro conocimiento ir más allá de los hechos y de sus relaciones enunciadas en «leyes». Las en tidades metafísicas, ultrasensibles — substancias, facultades, espíritus, etc.— o no existen, o permanecen para nosotros tan ignoradas como si no existieran. c) Y a la misma conclusión llegan los empiristas ingleses cuando sos tienen que todo nuestro conocimiento brota de la experiencia y dentro de sus límites queda circunscrito. Lo inexperimentable es sinónimo de incog noscible. De modo que, según estos pensadores, la Metafísica en sentido clásico, «la vieja Metafísica», no es más que una penosa elaboración de «quididades insípidas»; un amasijo de ilusiones intelectivas abstractas, arreglado para llenar el vacío que en el entendimiento humano dejaba la falta de «cien cia». Falta colmada con la crítica de la razón teorética pura de Kant, quien nos enseñó cuáles son los límites y el alcance verdadero de nuestro conoci miento: los fenómenos a posteriori y las categorías a priori. O también, va cío llenado con la ciencia positivista de Comte, que nos enseñó a contentar nos con las apariencias. O anhelo satisfecho con la Lógica de Stuart Mili, por la que aprendimos las reglas de los métodos inductivos; mediante cuya aplicación podremos establecer algún orden — nada más que apariencial— entre las diversas apariencias que a nuestros sentidos se ofrecieren. En pasando más allá de ahí, no queda más solución legítima que el ag nosticismo. La Metafísica no es razonablemente posible; los esfuerzos por conseguirla resultarían siempre inútiles, tanto para el individuo como para la sociedad. d) A su vez las tendencias materialistas rechazan, como es obvio, todo conocimiento suprasensible y la existencia de cualquier ser espiritual; de for ma que la Metafísica, como la Religión y hasta el Arte, no son más que «su perestructuras» construidas sobre el orden económico imperante en tal o cual época de la Historia del género humano. Este ha sido — en grandes líneas— el juicio que sobre la Metafísica pro nunció la filosofía «moderna». La contemporánea, en cambio, está dando marcha atrás en este camino, y comienza a volver hacia la Metafísica real; pero desvirtúa estos conatos en dos sentidos o por dos razones: primero, negativamente, en cuanto que nie ga el valor objetivo (o lo que es igual, la capacidad para captar la realidad ultrafenoménica tal cual es en sí) al conocimiento abstractivo de la razón humana; es decir, a los conocimientos universales, a los conceptos y, por ende, a los juicios y raciocinios en que aquéllos intervienen; y en segundo lugar, positivamente al poner como facultades y actos captadores de la rea lidad ciertas actividades distintas de la razón discursiva y de sus raciocinios,
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