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P. Pelavo de Zamayón 81 ciego — en los animales— o las fuerzas físico-químicas en los seres insen­ sibles. La ciencia directora de las demás al fin común ha de conocer, pues, dicho fin supremo; mas ninguna de las particulares puede conocer ese fin : la Suma Verdad, la contemplatio rerum divinarum, y así tampoco puede dar la summi Boni frwtio. por la razón sencilla, ya dos veces recordada, de estar este Bien sumo más allá del objeto sobre que ellas versan. Luego la orientación de todas las ciencias humanas exige en el hombre una ciencia superior, inmaterial y divina, que le dé a conocer su último fin y hacia él sepa conducir y enderezar todos los demás conocimientos huma­ nos. Esta ciencia es la Metafísica, madre y maestra de las ciencias todas. Por muy imperfecto que sea nuestro conocimiento de ella, eso poco es más apreciable que cuanto pueden darnos a conocer las restantes. En tal sen­ tido bien pudo escribir E sco to : «Recte ergo metaphysica non est possessio humana, quia non su- best homini ad nutum , cum ad eam perfecte non valeat pervcnire; illud tamen modicum quod de ea habet, praevalet ómnibus quae per alias scientias cognoscuntur» ( 55 ). Luego cada uno de estos cuatro argumentos, tomados de las nociones co­ munes, de los principios universales, de los principios propios y del fin común a todas las ciencias, demuestra la necesidad de la Metafísica para lograr un conocimiento «exacto», «preciso» y «profundo» de las ciencias particulares. Para un conocimiento desprovisto de esas cualidades basta, como es obvio, un conocimiento espontáneo y vulgar de esas nociones y de esos principios, tanto los propios com o los universalísimos; no es necesaria la Metafísica. ; Pero podrán las ciencias contentarse con dicho conocimiento vulgar y espontáneo? D e ninguna manera, dejarían de ser el más bello y no­ ble ornamento de la inteligencia humana, renunciarían a su elevada misión y se reducirían a un recetario doméstico para usos útiles. (5 5) O . c., lib . I, S tim m a 1.*, c a p . 2. E d . c it.. p á g s . 467-363.