PS_NyG_1954v001n001p0039_0084

80 Valoración de la Metafísica mum bonum sit supra nos nullus potest effici beatus nisi supra seme- tipsum ascendat non ascensu corporali, sed cordiali» ( 52 ). Y ocho siglos antes que ellos había dejado estampada San Agustín en la «Ciudad de D ios» esta lapidaria frase: «N u lia est homini causa philosophandi nisi ut beatus sit» ( 53 ). Frase que Santo Tomás precisaba y ampliaba en esta otra : «U ltimus finis omnis cognitionis humanae est íclicitas» ( 54 ). D e todo lo cual se colige la necesidad de la Metafísica como reguladora de los demás conocimientos humanos. En efecto, las ciencias, consideradas no sólo en cuanto a su contenido ideal, en sá mismas, en abstracto, sino tal cual existen y se hallan en nuestra posesión, son humanas, nuestras. En cuanto son «conocim ientos», tienen una finalidad propia, intrínseca, que es la posesión de la verdad que resplandece en el objeto específico de cada una. M as com o «actos humanos» tienen un fin com ún : el fin del hombre como tal, su perfección, su felicidad, que en el orden natural consiste en la po­ sesión (lo más perfecta que nos sea posible) de D ios mediante el conocimien­ to, el amor y la fruición consiguiente, según las tres conocidas opiniones de los maestros católicos. Pues bien, para conseguir ese fin común de las ciencias, es indispensable la Metafísica, según acabamos de oír a Santo Tomás. Porque cuando varias cosas (en el presente caso, varias ciencias) se ordenan a un fin común, es preciso que una de ellas dirija y las demás sean dirigidas por ella, para evitar la confusión y el desorden que fatalmente habrían de seguirse si carecieran de este gobierno, com o puede observarse entre el alma y el cuerpo y entre las diversas fuerzas o facultades del alma. Pero para que una ciencia humana pueda dirigir las demás hacia ese fin común tiene que ser superior a todas las demás y ejercer sobre ellas algún in­ flujo; es decir, ha de ser ciencia universal y comprenderlas a todas bajo su dirección. Condición ésta que no se verifica en ninguna de las particulares. Además, ha de conocer el fin común para poder dirigir las demás hacia él. Esto es obvio. Por si no lo fuera, baste recordar que el conocimiento de un fin es requisito indispensable para tender ordenadamente a él, y que esta visión directriz puede tenerla o el mismo sujeto agente, como acontece en los seres inteligentes y libres, o bien otra inteligencia superior, coordenado­ ra, la cual dirija los seres inconscientes y autómatas hacia la prefijada meta con los recursos que estime convenientes; cuales pueden ser: o el instinto (52) C. I, n. 1. T. V, pág. 296 b. (53) De civitate Dei, lib. XIX, cap. 1. Migne, PL., T. 41, columna 623. (54) Summa contra Gentiles, lib III, cap. 39.

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz