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P. Pelayo de Zamayón Y aleccionado por la experiencia propia, no menos que por la razón ex­ puesta, pudo escribir más adelante: «Cum emm ínter disputandum de divinis mysteriis haec meta- physica dogmata occurrerent, sine quorum cognitione et intelligentia vix aut ne vix quidem possunt altiora illa mysteria pro dignitate trac- tari. .. »Ita enim haec principia et veritates metaphysicae cum theolo- gicis conclusionibus ac discursibus cohaerent ut si illorum scientia ac perfecta cognitio auferatur, horum etiam scientiam nimium labefac- tari necesse sit» « 47 ». Concluyamos, pues: sin Metafísica podrá haber fe; pero no Teología, por mucho que se maneje y revuelva la Biblia, aunque esto se haga en sus idiomas originales. El biblismo de los Protestantes, sobre todo el de los norteamericanos, con el resultado de contarse hoy en día centenares de sectas disidentes entre sí, está demostrando palpablemente que leer y meditar la Biblia, prescindiendo de las dos guías: la sobrenatural (el magisterio de la Iglesia), y la natural (el conocimiento de la sana filosofía acerca de Dios y del alma), conduce a una verdadera degeneración de los elementos cristianos, que en el Protestan­ tismo quedaban todavía como restos venerables de una religión naufragada. Y semejante naufragio lo padecerán, aun los que tal estudio realicen no su­ perficialmente, sino con ahinco esmerado. Cuanto se ha dicho y mostrado sobre la ciencia más noble — la Teolo­ gía— podría mostrarse asimismo acerca de la ciencia más útil e indispensa­ ble para el hombre — la Moral— . Es decir, que está exigiendo la existen­ cia de una Metafísica, la cual establezca los últimos fundamentos teóricos en que se apoye el orden moral y jurídico; o si se prefiere, que demuestre con eficacia el valor de los últimos motivos que deben impulsar y dirigir la conducta de los hombres en sus dos aspectos: el individual y el social. Sistematizando la Historia de los Heterodoxos españoles durante el si­ glo XIX, Menéndez y Pelayo establece como principio inconcuso por su evidencia la proposición siguiente: «Toda revolución política es más o menos directamente hija de tendencias o principios de carácter general y abstracto, q¿ie han de referirse de un modo mediato o inmediato a alguna filosofía primera, buena o mala, pero que tenga presunción de regular la práctica de la vida y el gobierno de las sociedades» ( 48 ). (47) O. c., Disp. I, Proemium. E d . cit., págs. 205-206. (48) Historia de los Heterodoxos españoles. T . V I I , pág. 218, Madrid, 1932.

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