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P. Pelayo de Zamayón 71 explicando la teleología de las operaciones vitales y la fisiología de todo el organismo. Los ejemplos similares a los aducidos podrían multiplicar­ se, pero no es necesario. Pues bien; acerca de estos principios y la necesidad de que exista una ciencia distinta de todas las particulares y superior a ellas, la cual los estu­ die esmeradamente para explicar con precisión el origen de ellos, su valor y su alcance, puédese repetir el raciocinio elaborado anteriormente sobre las nociones comunes. En efecto, de forma en un todo parecida puede argumentarse así: Estos axiomas son indispensables y difíciles; luego están pidiendo una investiga­ ción científica y concienzuda. Mas ésta no pueden hacerla las ciencias par­ ticulares. Luego se impone la necesidad de la Metafísica, que cumpla ese cometido. Es clara la primera proposición, por cuanto los comunísimos principios son la base de cuanto en las ciencias se demuestra; más aun, de cuanto en en ellas se afirma. El principio de (no) contradicción, v. gr., late im­ plícito en todo raciocinio, en todo juicio, en toda definición. Pero a la conclusión que de esta importancia se ha deducido, a saber: que deben ser científicamente estudiados, puede objetarse. ¿No son evidentes de por sí tales principios? ¿No los conoce espontáneamente cualquier inteligencia? Entonces basta el conocimiento vulgar; ¿para qué ha de requerisse la in­ vestigación científica? A lo que puede responder cualquiera medianamente versado en Historia de la filosofía: Cierto es que son de por sí evidentes. Mas he aquí que, a pesar de ese conocimiento espontáneo y de esa eviden­ cia, ya desde los albores de la investigación filosófica occidental, hallamos errores de consecuencias graves en la aplicación del más evidente de los principios: el de (no) contradicción. Los equivocados sistemas de Heráclito y Parménides hace 2.450 años; los de Hegel en el pasado siglo; los de Bergson en nuestra misma época... están indicando que no es ociosa, sino antes al contrario muy necesaria, la investigación metódica acerca de esc principio (y con mayor motivo acerca de los demás) para determinar con la mayor exactitud posible su sentido, su alcance y su aplicación aun a las en­ tidades que, como el tiempo, el movimiento, la vida en su fluidez típica, parecen más difícilmente captables para nuestra inteligencia, mediante los conceptos. ¿Quién no recuerda las largas disertaciones del filósofo sobre este supremo principio de la ciencia en su tercer (IV) libro de la Metafí­ sica en contra de varios errores de los filósofos precedentes? Luego requié­ rese dicho estudio científicamente esmerado. Mas no puede hacerlo ninguna ciencia particular, porque rebasan los límites del propio objeto y porque todas se arrogarían el mismo derecho a este estudio. (Estos motivos son idénticos a los expuestos cuando se tra­ tó de las nociones comunes, y para el presente caso conservan la misma fuerza demostrativa que para aquél.) Luego síguese la misma conclusión:

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