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P. Pelayo lie Zamayón Ci rial desde que contiene un kilo de materia hasta cuando contiene mil? «Por la forma» — responderá tal vez alguno— : la subsistencia, la substan- cialidad la confiere ésta, no la materia. Mas ¿qué dirán a esto los sistemas que rechazan el hilemorfismo? Y aun admitido éste, ¿resulta tan clara esa reducción de la substancia a la forma o esa permanencia de la substancia del pino en su mismidad desde que comienza a tener vida independiente hasta su pleno desarrollo a través de tanta variación en la materia de que consta? Seamos sinceros y confesemos llanamente la oscuridad y dificultad en que tal concepto se halla rodeado. Y esto sin recordar la elaboración que de la «substancia» han realizado los diversos sistemas, v. gr., el de Espinosa; en el cual se acentúa tanto su independencia que solamente Dios, ser infinito y único, puede ser subs tancia en sentido propio. Substantia id quod est in se et per se concipitur ; boc est id, cuius conceptus non indiget conceptu alterius rei, a quo formari debeat (Ethica, I, Def. 3 .a). O el concepto formulado por Leibmtz, quien le añade la actividad: Substantia ens praeditum vi agendi ; con lo cual se condenan los accidentes a nada obrar; y, en último término, a nada ser, como profesa el mecanicismo clásico. O las negaciones de Hume y demás empiristas, quienes dan de la substancia nociones tales que equivalen a su negación. O la colocación de la substancia en el plano de la conciencia tras cendental por parte de Kant, etc. ¡Y pensar que es una de las nociones más empleadas, tanto en el discurrir ordinario, como en las ciencias, exceptua das las Matemáticas y la Mecánica! Análogas observaciones pueden hacerse respecto de otra tercera noción comunísima: la de Causa. La multiplicidad de sus significaciones im pide reducirla a un concepto único. Desde Aristóteles, con su genial teoría de las cuatro causas: eficiente, material, formal y final, mezclada; con la ejemplar, hasta las reflexiones concernientes a la causalidad en la ciencia moderna, de las que ha dimanado una confrontación de la causa con los con ceptos de función, ley, relación, condición, principio, creación y razón, hay una larga serie de elaboraciones de la causalidad con matices distintos en cada caso, como son las tendencias racionalistas (causa es lo mismo que ra zón), empiristas (causalidad es mera sucesión de fenómenos), kantianas (cau sa es mera categoría a priori), etc., con las notables repercusiones que tiene en el orden moral todo lo concerniente a la causalidad libre. Cuando las más preclaras inteligencias han trabajado con tan acuciante interés y tan esmerado empeño en la aclaración y precisación de la «causa», ¿podrá de cirse que tal noción no encierra dificultades tan graves como grande es su importancia? Podría ésta exposición de dificultades repetirse análogamente respecto de muchas otras nociones comunes anotadas arriba: ser, persona, absoluto, etc. Pero quizá resultase innecesaria semejante ampliación, porque lo que se intenta poner de manifiesto — la dificultad que encierran— ya queda
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