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P. Pelayo de Zamayón 5 3 cualquiera, tuviese que ser precedida por una serie infinita de mutaciones de sujetos precedentes, nunca se llegaría a i. producción actual. En fin, eso mismo, y por razones casi las mismas, hay que admitir res­ pecto de la causalidad formal. Las formas accidentales suponen otra ante­ rior: v. gr., la ciencia supone el entendimiento, como éste presupone la forma sustancial del hombre o de otro sujeto pensante, el cual dice cons­ cientemente: «Yo pienso», y no sólo: «Se piensa» de modo impersonal, como cuando decimos: «Llueve». La conclusión general de todo este razonamiento orgánico es obvia. En ningún género de causas, requeridas imprescindiblemente para explicar (para que sea posible) el devenir, se puede proceder al infinito. Luego es nece­ sario llegar a una Causa primera, incausada, suprema; a un fin último; a una materia prima y a una forma substancial de los seres. Luego se dan va­ rias causas (que pueden reducirse a las cuatro clásicas), cuya actuación pro­ duce el ser, y con cuyo conocimiento se engendra nuestra ciencia, definida como cognitio per causas. Lo que se ha visjto respecto del «fieri», del devenir, acontece respecto del «ser». El género sustancia no puede presuponer otro anterior, y éste otro, y así sucesivamente sin fin; lo mismo repítase de las demás categorías cuando son verdaderamente tales, es decir, «Supremos géneros del ser»: La cantidad, la cualidad, la relación, la acción y la pasión. También aquí es ininteligible y repugna (o más claro, no se puede dar en la idealidad ni en el conocimiento) el proceso hasta el infinito. Y si del mundo «real» (del «obrar» y del «ser») volvemos a nuestra mente y nos encerramos en el mundo «ideal» (del «conocer»), veremos que acontece lo mismo; como era de presumir, puesto que dicho mundo — el noético— es una reproducción intencional de aquel otro — el óntico— . En efecto, en la gradación y subordinación de todas nuestras ideas es preciso llegar a una primera, supuesto de todas las demás, la del «ser». Lo mismo se diga en la subordinación de nuestros juicios y raciocinios. Es necesario detenerse en el principio de (no)-contradicción o de identidad, si es que nuestros juicios han dé tener consistencia objetiva y nuestros raciocinios eficiencia lógica. En conclusión: tanto en el orden del «ser», como en el del «obrar», como en el del «conocer», llegamos a algo primero, ultrafenoménico, su- praexperimental. Más aun, los tres órdenes están íntimamente ligados, o mejor compenetrados. El orden del obrar presupone el orden del ser; de él depende y a él se atempera. El orden del conocer presupone los otros dos, que juntos componen el orden real. A éste se amolda el orden ideal o in­ tencional, si ha de ser verdadero; y todo tiene su primer origen y última explicación en Dios, primer ser, primera causa, último fin y única satisfac­ toria explicación de toda esencia, de toda acción y de todo conocimiento.

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