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5 2 Valoración de la Metafísica si dijéramos «siempre antes», «más antes», desde la eternidad, tendría va­ lor la conclusión anteriormente deducida: Dios habría conservado su prio­ ridad de causalidad respecto de sus efectos, bien así como si un pie estu­ viese desde siempre en la arena, tendría prioridad de causalidad (no de tiempo) respecto de su huella. Santo Tomás defiende esta opinión, aunque combatido por otros Doctores de la Iglesia, como San Buenaventura; quie­ nes ven repugnancia intrínseca en esa hipotética posibilidad de creación eterna o desde ab aeterno. Como quiera que fuere, la exigencia lógica y la necesidad objetiva de una causa incausada sería idéntica en ambas posicio­ nes, aunque más patente para nosotros en la segunda, en la del Seráfico Doctor. Asimismo con respecto a la causa final, no se puede recurrir hasta lo infinito y decirse, verbigracia, que el hombre sale de paseo para conservar la salud; procura la salud en vista del bienestar; busca éste con miras a otra cosa; y que todo existe y se desea siempre en vista de algo distinto — es siempre Aristóteles quien así discurre en el lugar citado (II, 2 ). Y pro­ sigue algo más adelante, en ese mismo capítulo: la causa final es un fin. Por causa final se entiende lo que no se hace en vista de otra cosa, sino, por lo contrario, aquello en vista de lo cual se hace otra cosa. De suerte que, si hay algo que sea el último término, no habrá producción infinita: si nada de esto se verifica — es decir, si no hay «último término», si nada es deseado por sí, si no hay fin último— no hay causa final. Los que, al contrario, admiten la producción hasta el infinito, no ven que suprimen de este modo el bien. Porque, ¿hay nadie que quiera emprender cosa alguna sin proponerse llegar a un término? Eso solamente se le ocurri­ ría a un insensato; toda resolución se toma en vista de un bien; el hombre cuerdo obra siempre con miras a algo, y esta mira es un fin. En última ins­ tancia — de hecho— el hombre obra siempre para ser dichoso, para conse­ guir la felicidad, la cual se halla en la posesión del sumo Bien, que no puede ser deseado por otro bien superior. Similar razonamiento nos conduce en el orden de la causalidad mate­ rial a admitir una materia prima en la que detenernos. Desde el punto de vista de la materia — discurre Aristóteles en el mismo lugar— es imposible que haya producción o mutación hasta el infinito; imposible que la carne, por ejemplo, proceda de la tierra; la tierra, del aire; el aire, del fuego o de cualquier otro elemento, si lo hubiere; y así sucesivamente sin que esta cadena se acabe nunca. No: toda mutación presupone un sujeto transfor­ mable; éste quizá presuponga otro, y éste, algún otro más; pero en todo caso habrá que llegar a uno que sea el sujeto último de todas las mutaciones naturales; a una potencia, capacidad ceal de recibir las diferentes formas sustanciales, que se despliegan en los reinos animal, vegetal y mineral. Parece obvio de por sí que si, para producirse una sustancia material

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