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P. Pelayo de Zamayón 51 mentales. Para él todo eso era evidente: los principios eran «per se cono cidos»; sólo indirectamente («elénquicamente», por refutación de quien los negare) pueden ser defendidos. Si reflexionamos cuidadosamente sobre los cuatro géneros de causalidad — eficiente, formal, material y final— veremos la verdad de la tesis peri patética. En efecto, en la subordinación actual y necesaria de las causas eficientes que influyen en la producción de algún efecto presente, es necesario que intervenga una Causa primera, incausada; no es posible, no es razonable recurrir a una muchedumbre infinita de causas intermedias, todas ellas cau sadas, todas ellas segundas, por la actuación de las cuales se llegue a pro ducir el efecto actual, sin que haya necesidad de recurrir a una causa pri mera. Esa hipotética serie infinita de causas, imaginadas para que suplan con su número la insuficiencia radical de la causa última (puesto que cau sada, contingente) resultan asimismo insuficientes, por sí solas, para ese efecto; porque también ellas (es decir, todas y cada una de las causas su puestas) adolecen de la misma indigencia radical: son contingentes, son causadas, suponen otra que la haya producido. El devenir es un pasar de la potencia al acto : supone (para ser posible e inteligible) una causa en acto. Y dicha causa en acto o es ella misma incausada, primera; o presu pone inmediatamente o mediante otras una causa incausada. Sin una causa así — que tenga en sí misma la plena razón de su ser y de su obrar y que actúe sobre las demás— ningún movimiento, ninguna acción, nin gún ser serían producidos. El metal se dilata; la dilatación es causada por el calor; éste proviene del sol; la influencia del sol depende de otra causa superior. ¿Y ésta? Quizá de otras causas desconocidas aún para nosotros; pero ciertamente tales causas, actuantes e influyentes en la actual dilatación de este metal no pueden ser infinitas en número, porque en tal hipótesis nunca se llegaría a producir tal efecto. Infinitum non est pertransire. El navegante es soste nido por el buque; el buque, por el mar; éste, por por la tierra; la tierra, por el sol; el sol quizá por algún otro foco de atracción sideral mucho más potente, y ése... Pero no puede proseguirse hasta lo infinito en esta serie de sostenedores de otro incapaces de sostenerse ellos a sí mismos, como no es explicable ni inteligible el movimiento de un reloj por una serie de ruedas o de conjunto de ruedas sin resorte; éste es indispensable para pro ducir dicho movimiento. Y para llegar a esta conclusión, no se necesita presuponer la creación del mundo ;idea fundamental, a la que no llegaron a elevarse los pensado res paganos, ni siquiera los griegos, a pesar de su ingenio filosófico. Menos aún es preciso admitir la creación temporal del universo, para rechazar toda serie infinita de causas eficientes; aun en la opinión de los que sostie nen que Dios podía haber creado libremente el mundo ab aeterno, como
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