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4 8 Valoración de la Metafísica juicios y conceptos. Alucio a la denominada «intuición», de Bergson; a la «situación», de Karl Jaspers; a la «angustia», de Heidegger; a los «Triebe», «Fühlen» y «Liebe» — «ímpetus», «tendencias», amor»— , de Max Scheler (y hasta casi podríamos citar también «el sentimiento trágico de la vida», de Unamuno, si el pensamiento de éste fuese capaz de encasillamientos o cla sificaciones) con los demás recursos imaginados por los existencialistas coe táneos nuestros. Esta solución — si así puede llamarse— de los existencialismos y de sus inspiradores, es una reacción explicable contra los desvarios del idealismo germánico, como ya Kerkegaard reaccionaba contra Hegel; contra la su perficialidad de los positivistas y materialistas, como reaccionaba Bergson contra los secuaces de Comte, y, finalmente, contra las exageradas preten siones del racionalismo de siempre. La «fiilosofía perenne», por lo contrario, sostiene hoy, como en las épocas de Aristóteles, de San Agustín, de los grandes Escolásticos, de Descartes, de Leibnitz y de los realistas modernos de todos los tiempos (y si se aña diese «con el común sentir de todos los pensadores no imbuidos por prejui cios sistemáticos», la añadidura nada tendría de hiperbólica) sostiene— digo— la posibilidad, la utilidad y la necesidad de la Metafísica. Es importante en sí misma; lo es en orden a las demás ciencias, y a la hora de ahora vuel ve a ser de actualidad palpitante, cuyo eco resuena hasta en las Encíclicas pontificias, venerables documentos de interés universal, no solamente filo sófico. La Metafísica en este sentido clásico, en que la toma la filosofía «pe renne», se dedica al estudio de la unidad total, o mejor de la totalidad de las cosas; o quizá, más claramente, del conjunto de todos los seres para buscar una explicación razonable. ¿Cuál es la razón suficiente y necesaria de ese conjunto de cosas: de su semejanza o afinidades, de su orden, de su origen y de su destino? Huelga advertir que en el número de esos «seres», de esas «cosas», por cierto ocupando el lugar principal, se halla el propio «yo (consciente)» de cada hombre; el cual, con su facultad cognoscitiva intelectual supera el curso del tiempo y la dispersión espacial de la ma teria y el punto de vista particular de cada objeto conocido. Y así, desde un punto de mira intemporal juzga el tiempo, y con mirada superespacial analiza las relaciones espaciales, y compara y juzga todos los objetos de su conocimiento, liberado de la relatividad que a ellos es inherente. El hom bre tiene conciencia de poseer esa fuerza cognoscitiva; capta intuitivamen te la importancia máxima de la pregunta o problema anterior. De donde dimana que el deseo de obtener una respuesta satisfactoria a semejante pre gunta es irreprimible en el hombre que reflexiona sobre su posición en el mundo y su destino ultramundano. De esta tendencia natural de la inte ligencia humana brota la instancia metafísica, perennemente renovada en toda inteligencia que sinceramente busque la verdad y, sobre todo, la ver
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