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teles toda acción o producción fuera de sí mismo, todo esfuerzo y querer con relación a otro, toda comunicación con el mundo, al que ni siquiera conoce, y del cual, por consiguiente, no puede tener providencia. E l pensamiento puro es tan sólo el motor inmoble que eternamente ha puesto en marcha la máquina perfecta de este mundo por sí limitado, pero plenamene autosufi- ciente. Tiene Aristóteles el mérito indiscutible de haber sido el primer filó­ sofo que ha identificado de un modo claro v terminante el primer principio con Dios ( 17 ) ; pero son tales las deficiencias de Aristóteles en este tema de Dios que sus páginas evocan la famosa frase de Platón en sus Leyes, y que Pomponazzi recuerda a propósito de la inmortalidad del alm a: «Cuando sobre un tema d ifícil los hombres no convienen, es preciso que baje un Maes­ tro del cielo a enseñarlo»... La tendencia intelectulista de Aristóteles con relación al primer principio se continúa en la escuela estoica, si bien en esta escuela la opinión de Herá- clito sobre el «fuego inteligente» parece in flu ir aun más que la dirección del mismo Aristóteles. Los estoicos consideraban la realidad a modo del pan­ teísmo evolucionista de Heráclito, si bien no exageraba tanto el antagonis­ mo de los elementos como éste. La realidad, para el estoico, no es guerra y lucha; es la evolución fatal y necesaria de los seres, regida sabiamente por el Logos. Si los estoicos se constituyen a sí mismos en defensores natos de la Providencia, se debe advertir que para ellos la Providencia no tiene otro sentido que el mero «venir a ser, sucederse y desaparecer» de las cosas en un desarrollo en todo semejante al desarollo lógico de un silogismo. E l cos­ mos es un silogismo divino que el estoico debía defender con parecido arran- 3 ue al que defiende su tesis predilecta. D ios, razón del mundo, fuerza lógica el cosmos; he aquí la visión estoica de las supremas realidades, dotada de un vigor intelectualista quizá nunca igualado hasta los días del raciona­ lismo hegeliano ( 18 ). Frente a esta concepción intelectualista de la realidad, y en especial del primer principio de la misma, la filosofía griega intuyó otra no menos pro­ funda, centrada en torno a la idea de «Bien». Y a en el moralista Sócrates 12 La metafísica del Bien en la Teología de San Buenaventura ( 17 ) V é a se E . G ilso n , Dios y la filosofía... p. 54 . ( 18 ) H e aq u í cóm o E . B r e h ie r en su Historia de ia Filosofía (trad. de D. ífa n e z , B u en o s A ire s), t. I, p. 306 d escrib e el racio n alism o d el je fe de los esto ico s Z e n ó n : «Zenón es, an te todo, el p ro fe ta del Logos, y la filo sofía no es sin o la con cien cia qu e se tom a de q u e n a d a se les re siste o, m e jo r, de qu e nada e x is te fu e ra de ella. E s la «cien cia de la s cosas d iv in a s y h um an as», es decir, d e todo lo qu e es ra cio n a l, o sea, de to d as la s cosas, p u esto q u e la n a tu ra leza m ism a se co n sid era ab so rb id a en la s c o sas d iv in as. S u ta re a e stá, desde lu ego , to talm en te d eterm in ad a, y , lo m ism o a l tra ta r de la ló g ica y te o ría del con oci­ m ien to o de la m o ral, q u e de la fís ic a o de la p sico lo g ía, en cu a lq u ie r caso, co n siste en e lim in a r lo irra c io n a l y e n c re e r qu e sólo actú a la razó n p u ra, tan to en la n a tu ra le z a com o en la con du cta». S o b re el m ism o tem a E . Z e lle r , Die Philos. der Griechen, I I I T e il, 1 A b t., 4 ed. L e ip z ig , 1909 , p. 165 sq.

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