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SUCEDÁNEOS DIVINOS NAT. GRACIA LV 3/septiembre-diciembre, 2008, 629-693, ISSN: 0470-3790 659 renovar la creación (Sal 104,30) . El hombre vive gracias a la presen- cia del espíritu de Dios en él. El hombre vive gracias al ruaj que le ha sido infundido como principio dominante de su vida. No le ha sido concedido en pose- sión. La distancia entre el Dios viviente y dador del ruaj y aquello que lo recibe, bien sea el hombre o la naturaleza, establece la diferencia radical entre el Señor personal y la cosmovisión panteísta-mítica del mundo. Un buen ejemplo nos ofrece el mito antiguo o la leyenda que nos ofrece la mezcla de los hijos de Dios con las hijas de los hom- bres (Gn 6,1-4). El texto establece el juicio negativo de Dios sobre la disponibilidad de su espíritu. El hombre no debe olvidar que el ruaj divino es pura gracia. Un abismo separa al hombre de Dios. La misma trayectoria ha sido marcada en el relato de la creación. El principio ordenador del caos no es una realidad inmanente, sino el espíritu de Yahvé; no es como el pájaro que, mediante su incuba- ción, hace que lo existente en el huevo se abra a la vida; no actúa como una mente impersonal organizadora de las combinaciones pro- picias para la vida. Él actúa con su voluntad personal creadora, de tal manera que el mundo recibe su ser y quehacer mediante la palabra divina. Si la palabra de Dios es presentada también en el paganismo como aliento de vida –su palabra es aliento de vida, se decía de Isis– esta unión, de palabra y de vida, sólo es eficaz donde Dios no es considerado como una fuerza de la naturaleza, sino como una volun- tad personal. Así nos lo presenta la Biblia: “Por la palabra de Yahvé fueron hechos los cielos, y todo su ejército por el aliento de su boca” (Sal 33,6). Dios pronuncia la palabra creadora porque posee el espíritu de la vida. Una convicción profunda en Israel que fue magníficamente escenificada en la visión espeluznante que nos ofrece Ezequjel sobre el campo inmenso de los huesos secos, símbolo del pueblo muerto, que son reanimados por el espíritu de Dios haciendo que un pueblo muerto por haber sido arrancado de su tierra volviese a la vida gra- cias al soplo del espíritu divino sobre ellos.
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