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SUCEDÁNEOS DIVINOS NAT. GRACIA LV 3/septiembre-diciembre, 2008, 629-693, ISSN: 0470-3790 653 yo soy Yahvé”. “Volveré contra ellos mi rostro; escaparon del fuego y el fuego los devorará, y sabréis que yo soy Yahvé , cuando volviere contra ellos mi rostro” (Ex 14,8; 15,7). La Biblia nos informa con cierta frecuencia de que los hombres han visto el rostro de Dios : “Jacob llamó a aquel lugar Penuel, pues dijo: “He visto a Dios cara a cara, y ha quedado a salvo mi vida” (Gn 32,31). “Viendo Gedeón que era el ángel de Yahvé, dijo: ¡Ay, Señor, Yahvé. Entonces, he visto cara a cara al ángel de Yahvé” (Jc 6,22: en este pasaje se habla de la visión del ángel de Yahvé, no de Yahvé, pero, evidentemente, se trata de expresiones sinónimas). Precisamente la etiología del nombre de Jacob en su lucha con Dios, Penuel, obedece a que Jacob, allí, vió a Dios cara a cara. El texto ya lo hemos citado. La visión de Dios se halla vinculada al mayor peligro porque el hombre, ante la santidad divina, tiene que desaparecer. En el AT no se discute que el hombre pueda ver a Dios en determinadas cir- cunstancias. Por principio, sin embargo, esto no debiera ocurrir por- que la santidad divina haría desaparecer al hombre, como la luz aniquila las tinieblas. De ahí la advertencia dirigida directamente por Dios a Moisés en la bella historieta a la que ya hemos hecho referencia (Ex 33,20): Cuando pase ante Moisés la gloria de Yahvé sólo podrá ver a Dios de espaldas ( Ex 33,23). A diferencia de la religión de los griegos según la cual los dioses podían revelarse a los ojos del hombre, mantiene el NT que Dios se revela a través de la palabra, no por la visión de su rostro 22 . Tanto el AT como el judaísmo son religión de audición, no de visión. La forma de hablar de la “visión” de Dios y de su rostro deriva de lo que ha contemplado en el templo y durante la celebración del culto, de lo que ha sentido en las experiencias de la ayuda de Dios que el orante recibe en las dificultades de cada día. No obstante, como la vinculación de la visión de Dios no estaba sustentada en Israel por las imágenes o estatuas del templo, –estaba prohibido hacer cualquier tipo de imagen de Dios– esta creencia ni 22 W. EICHRODT, O.c., II , 12.

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