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FELIPE FERNÁNDEZ RAMOS 648 NAT. GRACIA LV 3/septiembre-diciembre, 2008, 629-693, ISSN: 0470-3790 1ª- Si a Moisés, que desarrolló un ministerio de muerte (=tran- sitorio y destinado a desaparecer) le fue concedida la gloria, ¡cuánto más a los que viven bajo la presencia y acción del Espíritu! 2ª- El segundo pensamiento exige tener delante de los ojos el texto completo. “Todos nosotros, a cara descubierta, contemplamos la gloria del Señor como en un espejo y nos transformamos en la misma imagen de gloria en gloria a medida que obra en nosotros el Espíritu del Señor” (2Co 3,18). Habla el Apóstol del poder transformante de la gloria. Aspecto más explicitado en el texto siguiente: “Pues el Dios que ha dicho: “Brille la luz de entre las tinieblas”, es el que ha encendido esa luz en nuestros corazones para hacer brillar el conocimiento de la gloria de Dios, que está reflejada en el rostro (= en la persona) de Cristo” (2Co 4,6). En ambos textos se acentúa lo siguiente: a) Vemos la gloria a cara descubierta , es decir, tenemos una visión perfecta de la misma, la que nos proporciona la fe. Se afirma esto en contraposición a Moisés y a los israelitas que entraban en contacto con Dios con un velo en su rostro o en sus corazones. La imagen del velo subraya la imperfección de un ensayo sumamente defectuoso que impedía contemplar la gloria o la manifestación de Dios 18 . b) Cristo es el revelador y la revelación de la gloria. Esto signi- fica que Dios mismo se ha transparentado, se ha reflejado, ha mani- festado su luz en el corazón de los creyentes. De ahí que se haya hecho posible el conocimiento de su gloria. c) La contemplación de la gloria como en un espejo acentúa que la visión es objetiva y verdadera, no “velada, oscura e inadecuada” , como la que tuvieron Moisés y los israelitas. La visión es perfecta gracias a la calidad del espejo, que es el Espíritu. El descubrimiento- 18 W. EICHRODT, O.c., 12.

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