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SUCEDÁNEOS DIVINOS NAT. GRACIA LV 3/septiembre-diciembre, 2008, 629-693, ISSN: 0470-3790 645 y todos los prodigios que yo he obrado en Egipto y en el desierto, y todavía me han tentado diez y diez veces, desoyéndome, no verán la tierra que a sus padres juré dar” (Nm 14,22); “Soy yo, Yahvé es mi nombre, que no doy mi gloria a ningún otro, ni a los ídolos el honor que me es debido” (Is 42,8). a) Relación de Cristo con la gloria El recorrido por el AT nos ha demostrado que la gloria- kabod es Dios mismo en cuanto que se manifiesta. La peculiaridad del NT con- siste en hacer extensible a Cristo la misma gloria que el AT atribuía a Dios. Precisamente por eso, Jesús es el Señor de la gloria: “Hemos visto su gloria” (Jn 1,14). “El misterio de la piedad (Cristo) ha sido levantado a la gloria” (1Tm 3,16). “Dios resucitó a Jesús de entre los muertos y le colmó de gloria, para que creáis en él” (1 Pe 1,21). Junto al Dios de la gloria está “el Kyrios de la gloria”. b) Tensión entre el deseo y la realidad La esperanza escatológica del AT se caracteriza por el deseo y la promesa de ver la gloria: Moisés asegura a toda la asamblea que se manifestará la gloria de Yahvé, si ofrecen rectamente los sacrificios (Lv 9,6). El nuevo Éxodo de Babilonia a Palestina, cargado de dificultades por la travesía de un desierto inmenso, vale la pena porque va a mos- trarse la gloria de Yahvé y todos la verán (Is 40,5). La del NT está centrada en la epifanía y en la revelación (apo- calíptica) de su gloria (la de Cristo): “Bienaventurados vosotros si por el nombre de Cristo sois ultrajados, porque el Espíritu de la glo- ria, que es el Espíritu de Dios, reposa sobre vosotros” (1 Pe 4,13). La esperanza del A T había sido formulada por el judaísmo en los términos siguientes: “En el eón venidero, cuando haya traído mi

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