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NIKLAUS KUSTER - MARTINA KREIDLER-KOS 620 NAT. GRACIA LV 3/septiembre-diciembre, 2008, 563-628, ISSN: 0470-3790 se enfrían. En la forma vivendi de Francisco todo empieza con una iniciativa divina, en respuesta a la cual las hermanas se volverán activas: “Ya que, por divina inspiración, os habéis hecho hijas y sier- vas del altísimo Rey Padre” . Esto es una inusitada expresión de una opción de vida extrañamente independiente. Gregorio IX empieza su carta con los mismos temas, pero adapta los proyectos considera- blemente: “Dios Padre, a quien os ofrecisteis como siervas, os adoptó en su misericordia como hijas”. Evidentemente, le interesa al Papa una actitud pasiva, un dejar hacer. De parte del hombre, no ve él otra posibilidad que ponerse a disposición del Altísimo como sier- vos o siervas. Cualquier otra actividad, que pudiese acercarle más a Dios en el plano de la relación, incumbe al mismo Deus Pater . Las hermanas se ven de nuevo en el espejo de la forma de vida franciscana, no solamente como siervas e hijas de Dios, sino también como esposas del Espíritu Santo: “Ya que vosotras (…) os habéis desposado con el Espíritu Santo”. Esto es igualmente una singular alianza, sobremanera íntima y, por otro lado, expresada de una forma notablemente activa. Hijas nobles, que tradicionalmente son casadas por el clan, escogen ahora ellas mismas al Espíritu de Dios como amado compañero. La imagen tradicional, que el mismo Papa utilizará en su carta, será el papel de las hermanas como espo- sas de Cristo. Francisco necesita esa inusitada relación amorosa en este lugar, porque él valora la experiencia de la íntima unión con las Personas Divinas, así como también las hermanas: ellas, en efecto, han hallado juntas otra forma de relación con Jesucristo: “ Al optar vosotras, por vivir según la perfección del santo Evangelio”. Vemos aquí una clara alusión a la pregunta del seguimiento de Cristo, que el joven rico hace en el Evangelio (Mc 19, 21 ). Puesto que las mujeres desean seguir a Jesús de esa manera radical, y por propia elección, han vendido todo y se han comprometido a una vida com- pletamente insegura en San Damián. Pero en la idea del Papa, las hermanas de San Damián son exactamente iguales que todas las otras mujeres que viven monás- ticamente prometidas a Jesucristo. En modo alguno consiguen ellas mismas esa relación (como describe Francisco la última unión con el Espíritu Santo y el paso en el seguimiento), sino que sólo

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