NG200802001

EPISTOLA AD MINISTRUM NAT. GRACIA LV 2/mayo-agosto, 2008, 323-428, ISSN: 0470-3790 415 relacionales: “por encima de todo deben anhelar tener el Espíritu del Señor y su santa operación” ( Rb 10). La EpFid nos ha mostrado que cuando el Espíritu del Señor hace habitación y morada en los fieles, éstos se constituyen en hijos del Padre celestial y en hermanos, esposos y madres de nuestro Señor Jesucristo ( 1EpFid 1-13). En el Test descubrimos no sólo que los hermanos son un don de Dios, en la experiencia de Francisco, sino que una vez recibido este don y constituyéndose, por lo mismo, en una fraternidad, es en ella donde el Altísimo mismo se revela ( Test 14). Las Adm que hemos leído, nos ofrecen algunas pautas de la calidad de los hermanos, según sean sus actitudes para con los demás: el amor a los enemigos por amor de Dios ( Adm 9) y el amor a los enfermos ( Adm 24), pues ninguno de los dos puede devol- vernos ese amor; la regla de oro de la vida fraterna que consiste en hablar con caridad delante del hermano y jamás a sus espaldas ( Adm 25); la medida de la paciencia y humildad manifestada en las contrariedades ( Adm 13); los verdaderos pobres de espíritu que son capaces de verse delante de Dios tal cual son y aman a los que les golpean la mejilla ( Adm 14). Entonces, la fraternidad evangélica, vivida y propuesta por san Francisco, es el lugar donde cada hermano ha de desear tener el Espíritu del Señor y su santa operación. Y es la inhabitación del Espíritu del Señor la que posibilita el parentesco místico con el Padre, de quien somos hijos y con Jesucristo de quien somos her- manos, esposos y madres. En este lugar teológico el Altísimo mismo revela la vida del santo Evangelio. Todo esto hace de la fraternidad el ámbito del discernimiento . Porque no son los hermanos que se dan a sí mismos unas líneas o pautas a seguir, sino el Espíritu del Señor y las particulares relaciones que provoca, es quien obra todo discernimiento en la fraternidad de los hermanos menores 117 . 117 Cf. E. FORTUNATO, Discernere con Francesco d’Assisi , 188-192; en la misma línea discurre F. URIBE, Presupuestos y principios básicos del discernimiento , 355-356.

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