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MANUEL GONZÁLEZ GARCÍA 266 NAT. GRACIA LV 1/enero-abril, 2008, 261-286, ISSN: 0470-3790 “sería lo común a todo ente y nos daría la clave de una absoluta univocidad del ser” 21 . Y se terminó en la sustancia, “aquello que da consistencia al ente, por debajo de sus accidentes, y por ello mismo, aquello en que consiste ser, primaria y universalmente” 22 . Nuestra razón se encontró nuevamente en un camino sin salida, porque los accidentes, que manifiestan la sustancia, también tienen ser, aunque carezcan de la consistencia ontológica de la sustancia. Y nuevamente nos encontramos con la paradoja de que “ la subs- tancia, o aquello en que el ser se dice que consiste propiamente, es lo menos propio que encontramos en el ente, mientras que el accidente, que lo constituye en su individualidad propia como un existente determinado, es menos ser que la substancia universal que él mismo oculta ” 23 . Luego, el concepto de ser no se puede predicar con la misma univocidad de la sustancia y de los accidentes. Ahora bien, si el ser ha de tener una sola significación a) Es superiormente universal e indefinible y no hay nada con lo que sea posible definirlo. b) Consiguientemente, es neutro y vacío: “ cuanto más abarca lógicamente, menos aprieta ontológicamente ” 24 . Y volvemos al planteamiento indicado anteriormente: 1. Ser significa la pura existencia de entes o, como decíamos, la facticidad de la existencia de todos los entes 2. O nos encerramos en el principio de identidad, el ser es, con pleno sentido formal, pero lejos de toda alusión a la realidad, que debería fundar la investigación metafísica 25 La filosofía medieval distinguió claramente entre el ser y el con- cepto de ser 26 . Y para lograr acercarse a la realidad, abandonaron 21 Ib ., 33. 22 Ib . 23 Ib ., 34. 24 Ib . 25 Ib ., 34-35. 26 En este punto E. Nicol insiste en que los filósofos medievales se apartaron de la unidad del ser y del pensar que estableció Parménides al unir los principios de

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