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MANUEL GONZÁLEZ GARCÍA 264 NAT. GRACIA LV 1/enero-abril, 2008, 261-286, ISSN: 0470-3790 En ambos casos queda sin dilucidar en qué consista el ser y la metafísica habría quedado sin determinar su objeto. En su deseo de clarificar lo más posible esta desviación inicial de la metafísica, E. Nicol profundiza un poco más en la facticidad del ser en todo lo que es. Para que esa presencia tenga algún signi- ficado es preciso que tenga algún atributo, pues, de otro modo, “ no nos dice tampoco en qué consista el ser, ni siquiera cómo está consti- tuido ningún ente real ” 15 . Ahora bien, los atributos quedarían encerrados en una zona delimitada a) por el concepto mismo de ser, que sería lo más universal y superior; b) por los atributos esenciales de los entes o las categorías que organizan los diversos órdenes del ser, que serían menos universales. Esa zona reservada a la metafísica fue ocupada por los trascen- dentales (unum, verum, bonum). Pues bien, el juicio de E. Nicol sobre este nuevo intento de dar contenido a la definición aristotélica de metafísica sigue siendo negativo: “ La teoría de los trascendentales es, en verdad, la parte más estéril de toda la metafísica tradicional: como atributos del ser, los trascen- dentales no resuelven la cuestión de lo que sea ser, y en tanto que no son categorías, tampoco ilustran sobre la entidad de los entes mismos y las formas generales de ser ” 16 . cosas y la causa de las cosas están unidas porque determinan los caracteres propios de lo real y porque sólo las causas nos ofrecen un conocimiento seguro. “ La impo- sibilidad (irracionalidad) de un regressus in infinitum postula esta idea de… una causa trascendente, de un primer motor, de una realidad anterior y ulterior ”. Pero “ el concepto de ser es más universal que el concepto de Dios, mientras que Dios es el principio del ser y el que permite explicarlo ”. Y se establece un nuevo círculo: “ la relación entre esos entes mundanos y Dios seguirá siendo ontológicamente oscura mientras no se pueda definir el ser, y el ser no puede definirse sino por Dios ”. Y, ade- más, la creación no es un concepto científico (Cf.. Ib ., 68-69). 15 Ib ., 30. 16 Ib ., 31.

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