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PABLO GARCÍA CASTILLO 236 NAT. GRACIA LV 1/enero-abril, 2008, 229-259, ISSN: 0470-3790 otras palabras, el conocimiento y el apetito, en los seres vivientes sensibles y racionales, parecen operaciones intencionales, que no se cumplen sin la tendencia y la posesión final de su objeto propio. Una argumentación que parece más próxima a la fenomenología de Husserl que a la lógica medieval de un aristotélico. Sin embargo, es sólo la presentación de un argumento a favor del relativismo del conocer y del apetecer, que habrá que someter a discusión. Frente a él se ofrece el argumento contrario. El acto de conocer y de apetecer es más una cualidad que una operación transitiva. Ahora bien, las cualidades son formas simplemente absolutas, que no implican relación alguna con objetos o términos. Luego, tanto el apetecer como el conocer son esencialmente absolutos. Tampoco parece fácil rebatir esta posición. La dificultad mayor reside en la perspectiva desde la que se analice la cuestión. Puede fijarse la atención en el transcurrir de una operación que parte del sujeto y termina en el objeto o, desde otra perspectiva, puede anali- zarse la actividad como vivencia y realidad del sujeto que, mediante ella, se perfecciona y aumenta su cualidad. Si seguimos la primera vía, que parece más próxima al empirismo aristotélico, resulta difí- cil eludir la intencionalidad de la acción y la decisiva presencia del objeto en la actividad misma del sujeto. Pero, si nos quedamos en la segunda posición, mucho más cercana a la interioridad agustiniana, el objeto resulta indiferente en la determinación de la naturaleza de la actividad interior del sujeto. El conocimiento y el apetito pueden entenderse como actividades y operaciones ad extra , que hallan su culminación en un término final que las determina, siendo enton- ces operaciones esencialmente relativas. Pero si las entendemos como actividades ad intra , es decir, sólo en tanto que perfecciones que completan la realidad interior del sujeto, entonces pueden ser entendidas como algo esencialmente absoluto, que carece de cual- quier referencia e intencionalidad. El propio Escoto, en la introducción de la cuestión matiza la perspectiva desde la que ha de tomarse el asunto. Dice explícita- mente que la cuestión “inquiere acerca del acto de conocer, acerca del mismo conocimiento actual, de suerte que, aunque tal acto se llama acción, no debe concebirse como perteneciente al género de

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