NG200801006
DUNS ESCOTO: EL CARÁCTER ESENCIALMENTE ABSOLUTO DEL CONOCIMIENTO… NAT. GRACIA LV 1/enero-abril, 2008, 229-259, ISSN: 0470-3790 235 cosas y la de ser una noción universal, que sea predicado esencial de todo lo cognoscible. Y sólo el ente en tanto que ente, sin nin- guna determinación, sino entendido en su univocidad reúne esas dos propiedades, pues el ente hace cognoscibles a todas las cosas y es el predicado esencial de todas las que el entendimiento es capaz de conocer. Ahora bien, ni Dios ni la esencia de las cosas materia- les cumplen con esos requisitos, porque, aunque Dios pueda hacer cognoscibles todas las cosas, no puede predicarse de todas ellas. Y la forma inmanente en las cosas materiales no hace cognoscibles a las inmateriales ni puede predicarse de todo lo intelectualmente cognoscible. Por tanto, la posición de Escoto se halla entre Aristóte- les y San Agustín, que son las fuentes a las que acude para probar sus argumentos y para rebatir las objeciones que pueden presen- tarse, pero también se aparta de ellos cuando es preciso distinguir formalmente la esencia del objeto del conocimiento. La cuestión, cuya pregunta es si los actos de conocer y de apete- cer son esencialmente absolutos o esencialmente relativos, comienza, como es norma, con los argumentos en contra y a favor de una y otra opinión. Primero, se presenta la tesis de que tales actos son esencial- mente relativos, con el siguiente argumento: tanto el acto de enten- der como el de apetecer no pueden ser comprendidos si no se tienen en cuenta al mismo tiempo sus términos u objetos. Así, por ejem- plo, no puede entenderse qué es la visión si no se piensa al mismo tiempo en algo visible, en un objeto propio de la misma. Ahora bien, lo absoluto puede concebirse sin necesidad de pensar en ningún término u objeto que lo determine. Luego parece claro que cualquier acto de entender o apetecer, por su misma naturaleza intencional y dinámica, es de naturaleza esencialmente relativa, es decir, no tiene sentido en sí mismo, sino por relación a su objeto propio, que es el término que determina el propio acto y le da sentido. La argumentación parece sólida y de difícil refutación. Cono- cer y apetecer parecen operaciones incompletas sin una relación necesaria con su objeto. No parece, en efecto, posible conocer sin un objeto de conocimiento, ni tampoco es comprensible, vistas estas operaciones en tanto que relaciones, apetecer sin apetecer algo concreto, que constituye el fin y el término del apetito. En
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