NG200801006

PABLO GARCÍA CASTILLO 240 NAT. GRACIA LV 1/enero-abril, 2008, 229-259, ISSN: 0470-3790 del hombre, no ya una relación, sino una operación, en el sentido escotista de este término, es decir, una actividad que perfecciona y colma todos los deseos humanos. Por tanto, como sostiene la pre- misa mayor, la última perfección del ser vivo y, sobre todo, del ser racional, no consiste en una relación. La premisa menor, que afirma que esta perfección última del hombre es una operación, se fundamenta en la autoridad de Aris- tóteles. Éste, en efecto, mantiene, por encima de todo en el libro décimo de la Ética a Nicómaco , que la felicidad es la operación de la mejor parte del hombre, siempre que actúe de acuerdo con la virtud más excelente. Así lo dice Aristóteles: “Si la felicidad es una actividad de acuerdo con la virtud, es razonable que lo sea de acuerdo con la virtud más excelsa. Y ésta será una actividad de la mejor parte del hombre, sea el intelecto o sea otra cosa lo que, por naturaleza, parece mandar y dirigir y tener el cuidado y el conoci- miento de las cosas nobles y divinas, siendo esto mismo divino o la parte más divina que hay en nosotros, su actividad de acuerdo con la virtud propia será la felicidad perfecta” 14 . La actividad conforme a la virtud más perfecta, realizada por la mejor y más noble facultad del hombre, no puede ser otra que la actividad contemplativa, es decir, el perfecto y completo ejercicio de la inteligencia, una actividad que se busca por sí misma y que puede llenar la vida entera del hombre, como llena la vida divina. Pues el mismo Aristóteles, en uno de esos textos sublimes de la filo- sofía antigua, afirma lo siguiente: “De tal principio, pues, dependen el cielo y la naturaleza. Y ese principio es la vida más excelente y perfecta que a nosotros, sólo por breve tiempo, nos haya sido dado vivir. Él vive siempre en ese estado. Esto nos es imposible a nosotros, mas no a él, ya que el acto de su vivir es placer. Justamente por ser actos, la vigilia, la sensación y el pensamiento son nuestros máximos placeres y, gracias a ellos, también las esperanzas y recuerdos... Así, pues, si Dios se encuentra tan bien como nosotros algunas veces, es algo admirable. Y si más aún, aún más admirable. Y tal es en 14 ARISTÓTELES, Ética a Nicómaco X, 7, 1177 a y I, 9, 1099 a.

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