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DUNS ESCOTO EN RATISBONA NAT. GRACIA LV 1/enero-abril, 2008, 79-122, ISSN: 0470-3790 97 de filósofos paganos antiguos de que la filosofía tiene como finali- dad última que la justifica, acredita y ennoblece es el hecho de que puede descubrir al hombre dónde se encuentra la perfecta felici- dad (eudaimonia-beatitudo) que todo hombre anhela. Y traza el camino para lograrla. La felicidad accesible al hombre está cifrada en la contemplación, en la medida de sus posibilidades, del mundo de las inteligencias separadas: la suprema Inteligencia y las que la acompañan y formen su peculiar mundo. El camino para llegar a esta contemplación, posiblemente beatificante, es el cultivo de la filosofía. Por eso, la filosofía merece también el noble calificativo de ‘sabiduría / sofía’. Aunque lo propios filosofantes se llamen a sí mismos modestamente no sabios, sino ‘amantes / buscadores de la sabiduría’: ‘filó-sofos’. Pero ¿es verdad que nuestro filósofo Pablo está a favor del voluntarismo que Escoto propugna: excelencia de la voluntad sobre el entendimiento en el logro de la felicidad? Lo que de inmediato y explícito dice Pablo y cita a su favor Escoto, es que la caridad es el más excelente de todos los carismas / dones que Dios con- cede a los humanos. La excelencia de la caridad (agápe) sobre los demás dones de Dios parece clara en 1 Cor 13. Esta glorificación paulina de la caridad (amor-agápe) llevaría a proclamar la primacía y mayor excelencia de la voluntad, que es la sede del amor, según todos reconocen. Frente a esta interpretación del Doctor Sutil –que parece la más obvia– los teólogos intelectualistas que él conoce (y también los de nuestros días) encuentran una distinción notable- mente bizantina: dicen que esta primacía de la caridad/voluntad se refiere al presente estado del hombre viador. Pero en el cielo el primado habría que concederlo a otro nuevo carisma/don: el lla- mado ‘lumen gloriae’ : luz sobrenatural que eleva al entendimiento para que pueda ver intuitivamente la esencia divina. Don que ten- dría su sede en el entendimiento al cual, en forma consiguiente, lo ennoblecería por encima de la voluntad, que pasa al segundo puesto. Escoto acepta, sin duda, la existencia del este don llamado ‘lumen gloriae’ . Pero estima que es una argucia inaceptable ponerlo por encima de la caridad. Porque en el estado de viadores y en el de ‘comprensores’ la facultad del hombre que recibe el carisma del

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