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DUNS ESCOTO EN RATISBONA NAT. GRACIA LV 1/enero-abril, 2008, 79-122, ISSN: 0470-3790 95 Ya hemos mencionado la afirmación taxativa de Escoto que, comentando a Aristóteles y su intelectualismo, se decide a señalar que la diferencia específica, metafísica entre los seres inferiores y el hombre hay que ponerla en que el hombre tiene voluntad para obrar libremente, para amar. Y los otros seres no tienen libertad, obran por necesidad natural. Podemos sospechar que Escoto, como filósofo y comentarista de la metafísica de Aristóteles, pueda estar influido por conceptos, juicios, creencias teológicas previas. Es nor- mal que así sea. Lo que sí es seguro que, en forma directa y explí- cita, es una preocupación teológica el que introduce el tema sobre la mayor o menor excelencia de la inteligencia o de la voluntad. Todos los teólogos, intelectualistas y voluntaristas, coinciden en afirmar que la felicidad suprema del hombre ha de ponerse en la más noble de las facultades de su alma y en la más noble de sus res- pectivas actuaciones. Concretamente: la felicidad humana consistirá en la contemplación intuitiva de la esencia divina (intelectualistas). O bien en el amor fruitivo de Dios, de la divina esencia (volunta- ristas). Apenas sería necesario mencionarlo, pero es indispensa- ble tener en cuenta que, para el teólogo católico, intelectualista o voluntarista, la actuación plena de ambas facultades –inteligencia y voluntad– es esencial para la felicidad. Como para ser hombre ambos elementos, el corporal y el espiritual pertenecen a la esencia del ser humano integral. La actividad intelectual y la volitiva perte- necen a la esencia de la felicidad humana perfecta. Se discute sobre la prioridad axiológica, valorativa y ontológica que haya de conce- derse sea a la voluntad, sea al entendimiento. Los intelectualistas del tiempo de Escoto, nominalmente Tomas de Aquino, se deciden por ubicar la suprema felicidad última en la que, para ellos, es la más perfecta de las facultades humanas: en la inteligencia. Ponen la felicidad plena en la contemplación intuitiva de la esencia divina. Se aducen varios razonamientos. Con un poco de ironía, Escoto indica que son muchos para ser seguros. Pero se ve que, en última instancia, Tomás de Aquino se decide por esta opinión movido por la autoridad del Filósofo. Éste pone la suprema felicidad alcanzable al hombre en la contemplación de las supremas Inteligencias. Tomás cristianiza la solución y propone que la felici-
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