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ISIDORO GUZMÁN MANZANO 72 NAT. GRACIA LV 1/enero-abril, 2008, 9-77, ISSN: 0470-3790 Escoto no se pregunta ‘si, en caso de no haber pecado Adán, Cristo no se hubiera encarnado’ . La pregunta de Escoto se mueve en una zona más profunda y recae sobre algo que es anterior, a saber: si el diligit se aliis , como de hecho ha acontecido, implique el vult diligi ab alio summe, como de hecho ha acontecido. Tema que implica, sin duda, la cuestión de que, si de hecho se ha encarnado, no es a causa de una situación de pecado, ya que ésta no es determinante en modo alguno. El acontecimiento de la Encarnación no va conexo con la necesidad de redimir de pecado, sino que va conexa con el designio originario del Dios Libre de constituir un Reino de amor en el sentido de la Superamistad en la que Él sea summe redamado. Como podemos ver, hay en esta posición de base de Escoto una recuperación y, al mismo tiempo, una liberación del necesita- rismo impuesto por S. Anselmo en dominio de la Encarnación inter- pretada en función redentiva de pecado. Según el Santo arzobispo de Canterbury, si Dios quiere realizar el proyecto primigenio de salvación de los hombres y dado que el hombre ha pecado con un acto de malicia infinita volviéndose inca- paz de redimirse, Cristo tuvo que venir para redimirnos. Los grandes Escolásticos siguieron de hecho este necesitarismo de Encarnación, aún cuando protestaran contra él, si la redención del pecado fue la causa principal y decisiva de la Encarnación. Y ello es así a pesar que trataron de justificar esto diluyendo este nece- sitarismo en argumentos de ‘conveniencias’. Pero estos argumentos de conveniencia son de conveniencia sólo de palabra o soluciones meramente verbales. Porque no hay escapatoria para ellos: o no hay redención para los hombres, o Cristo tuvo que encarnarse para realizar la obra de la redención. O dicho más claramente: si ha de haber redención, supuesto el pecado de maldad infinita, Cristo tuvo que encarnarse. Escoto traslada el problema a un nivel superior y anterior; y la lógica de la implicación, en consecuencia, no se funda en los hechos propiamente tales, sino en la implicación de un Dios que, creando, quiere darse a los demás y que este su amor manifestado (contin- gentemente y de hecho), reciba una respuesta de amor por parte de un ser que es y existe también contingentemente y capaz de amarle

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