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ISIDORO GUZMÁN MANZANO 52 NAT. GRACIA LV 1/enero-abril, 2008, 9-77, ISSN: 0470-3790 Todos sabemos de la polémica que este principio ha suscitado y su prolongación en su teorización. Nosotros no vamos a seguir esta discusión. De todos modos, como la ulterior discusión mues- tra, la interpretación reduccionista del principio de verificabilidad parece ser falsa. Porque lo que está en cuestión es de saber si la verificación factual hecha agote y contenga toda la verdad de lo así verificado. Y esta es la cuestión: si lo verificado agote toda la verdad y rea- lidad de lo verificado. Quiero decir: si la verdad de ‘dos y dos son cuatro’ se agote en su verdad endógena y no, más bien, tiene que salir fuera de sí para justificarse plenamente en una verdad no verifi- cada como sería, por ejemplo, el principio de no contradicción. Por- que si este principio de contradicción no es válido, por una parte, y no está inmerso gobernando la verdad endógena de ‘dos más dos, son cuatro’, difícilmente se podría aceptar que ‘dos y dos son cua- tro’. Dicho en lenguaje más intuitivo: que se dé en la experiencia que se trate de manzanas y no de naranjas, el hecho que se trate de manzanas no agota toda la inteligibilidad sobre las manzanas. En efecto, las verdades de la manzana son múltiples y diversas según se trate de una manzana considerada por el naturalista, por un pin- tor o por un hambriento. El hecho bruto de ser manzana contiene muchas verdades en función del intérprete. Comoquiera que estén las cosas en el dominio de las ciencias, por lo que respecta al ámbito teológico, podemos afirmar, a mi modo de entender, que no es posible una lectura teológica de la realidad y de los hechos fácticos de la historia, sino bajo el supuesto de que lo verificado no nos da toda la verdad de lo verificado y en lo verificado. O, dicho con otras palabras: sólo podemos leer teoló- gicamente la realidad y los hechos históricos negando, por supera- ción, la verdad concreta manifestada en el principio de verificación. En efecto, la dimensión teológica no puede ser propuesta como un mero hecho acontecido, salvo, quizás, en casos muy aislados y privilegiados. Todos los hechos teológicamente interpretados son acontecimientos que hacen referencia a un pasado e indican a un futuro. Y esto sin abandonar nada de lo factualmente acontecido.

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