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EL PRIMADO ABSOLUTO DE CRISTO EN ESCOTO… NAT. GRACIA LV 1/enero-abril, 2008, 9-77, ISSN: 0470-3790 51 Y lo mismo se diga para aquellos otros autores que no acepten el necesitarismo redentivo de S. Anselmo. Están operando en ellos la intuición cristiana de un Dios que libremente ejerce misericordia con quien quiere y como quiere. Lo que está contradicho por los principios explicativos que pretenden coartar la confesión ingenua cristiana de Dios salvador en Cristo a la situación de pecado que es el hecho que, exclusivamente, justifica la Encarnación. Las otras ‘conveniencias’ de la Encarnación enumeradas por Sto. Tomás y otros autores no merecen una consideración especial por la simple razón de que todos aceptan la situación de pecado ser la razón sin la que no abría Encarnación. Sería algo así como pedir razones al párroco de porqué no se tocan las campanas en la fiesta del pueblo y éste enunciara que por una docena de razones. Con la enumerada en primer lugar, a saber, que están las campanas rotas y no suenan, todas las demás razones están demás y sobran. De todos modos, la cuestión de si Dios se hubiera encarnado o no sin el advenimiento del pecado, queda zanjada por el Angélico y demás infralapsaristas en favor de una Encarnación acontecida en dependencia del pecado. Y para la mayoría de los tomistas, la cues- tión de si el Verbo se hubiera encarnado si el hombre no hubiera pecado, queda zanjada, pues que, dicen, se ha encarnado para sal- var del pecado y restaurar lo desordenado por éste. Y lo otro es una mera especulación aérea y sin interés. Diríamos que Santo Tomás se interpreta a sí mismo de modo reduccionista eliminando el quanquam potuit o el potuit... alio quam incarnationis opere humanum genus reparare etc... Y lo mismo han hecho los tomistas, por una parte; y, por otra, se quedan con la validez, expresado en lenguaje de hoy, del valor absoluto del principio de verificación popperiano. En las ciencias de hoy, todo parece que este principio de veri- ficación es, por principio, válido: si una hipótesis se avala por una experiencia determinada, ésta, la experiencia, decide de lo hipoté- tico para asegurar lo real fáctico experimentado. En consecuencia y por lo mismo, toda verdad que no pueda ser falsificada o contradi- cha por la experiencia, no contiene verdad real alguna.

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