NG200801001
ISIDORO GUZMÁN MANZANO 38 NAT. GRACIA LV 1/enero-abril, 2008, 9-77, ISSN: 0470-3790 y sincero. De hecho, hay muchos (o pocos, es igual para el discurso emprendido) matrimonios en los que es el amor primero el que sos- tiene a los esposos, incluso para que no acontezcan momentos de dificultad extrema en el matrimonio. El amor verdadero no necesita de pruebas, traiciones y dificultades, ni menos rupturas, para ser y mostrarse como es. Un matrimonio vivido sin dificultades y sin rup- turas es un matrimonio vivido en amor tanto o más que aquel en el que se necesite de amor que perdona las rupturas acontecidas. El gran defecto de las teorías redentivas que exigen el Redentor debido a la magnitud (religioso-ética) del pecado, llevan implícito que el orden del amor tenga que presuponer el estado de pecado para existir. Lo cual es grave. Sobre todo en teología. El amor de Dios se manifiesta desde sí y en sí originariamente sin necesidad de que el pecado y la miseria tengan que ser el medio de su manifes- tación. Por lo tanto, y como contraria, tampoco el estado de pecado o de miseria y dolor debería ser el lugar preferencial en el que se ejerciera el amor misericordioso de Dios en Cristo Jesús. Del mismo modo, no puede ser el lugar preferencial de nuestra respuesta amo- rosa al amor de Dios para con nosotros. En segundo lugar y por lo mismo, debe decirse que el pecado o la situación de pecado no puede ni debe ser un principio herme- neútico, o no puede ser al menos, el principio hemenéutico deci- sivo de la teología. El orden del amor y su esplendor no le viene desde fuera, no hace o manifiesta su verdad interna con y/o por el pecado. Antes bien, la malignidad del pecado y su consecuente miseria, se manifiesta desde el orden del amor. No es la enfermedad la que manifiesta la grandeza de la salud, sino la salud es la que manifiesta el contenido y sentido de la enfermedad. Ni la fuerza del atleta que corre en el estadio necesita echar mano del cojo para manifestarse y ser tal. Es más: es desde este estado de fuerza atlética cómo el cojo comprende su defectuosidad. En tercer lugar y en consecuencia, debería decirse que el pecado, considerado en su esencia teológica más íntima, es lo que obra y se realiza contra el principio Encarnación, contra el principio Crístico o contra el principio amor.
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