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EL IMPRESCINDIBLE PAN DE LA CULTURA CATÓLICA 869 r - - l a a a - - - a y a e a a - a 5 r l - a e e acto como mi última actuación pública en representación de la BAC. Un acto postrero, por tanto, pero también un tanto póstumo y que, sin embargo, a mí me llena de revoleras de satisfacción. Yo sabía a ciencia cierta los méritos de este Centro –atalaya dominica en el Caribe– y la alegría con que el regalo iba a ser acogido y estimado No es, con todo, la primera vez que (por no perder el ritmo de Alberti) disfruto del airoso abaniqueo de las palmeras de La Habana. Mi personal descubrimiento, tanto de Cuba como de este Centro de San Juan de Letrán, tuvo lugar en noviembre de 1997; en un viaje que tenía la única pretensión de abrir un camino, (o, al menos, una brecha) para que la BAC pudiera estar presente en Cuba. Tal brecha se abrió, en efecto. La Nunciatura de La Habana, regida entonces por el infatigable Mons. Benniamino Stella, supo coordinarse con la de Madrid a cuyo frente se encontraba Mons. Tagliaferri, antes Nun- cio en Cuba y que contaba, a la sazón, con la ayuda de Mons. Luigi Bonazzi. Fue esta combinación amistosa entre las Nunciaturas y la BAC la que permitió una especie de puente aéreo por el que llegaron a Cuba no pocos libros con destino a los seminarios y diócesis cuba- nas. Fue, a mi entender, el efecto benéfico de una auténtica revolera de amistad. En el contexto de aquel mi primer viaje a Cuba y, en concreto, en la tarde del 5 de noviembre de 1997 (según mi diario de aquel viaje) tuve la fortuna de, en compañía de otra excelente amiga. Paloma Gómez Borrero, visitar esta casa y este Centro, entonces diri- gido también por el P. Manuel Uña. El motivo –o la disculpa– fue una rueda de prensa. Acto y visita que a mí me sirvieron para descubrir y apreciar lo que aquí se cocía en materia de evangelización a través de la cultura. Volví a Cuba en enero de 1998 como comentarista de Televisión Española para la bienhadada visita del Papa Juan Pablo II a esta isla. Un viaje, también para mí, tan lleno de enjundia y de esperanzas que, habiendo acompañado al Papa Wojtyla en más de veinte viajes por todo el mundo, sólo he conservado la credencial periodística de este su periplo cubano. Sin contar, desde luego, con que hoy podría pre- sumir de ella ante Uds. En aquella ocasión, el trajín, el azacaneo que imponía el segui- miento del Papa, me impidieron pasar por esta casa. Pero, hete aquí
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