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884 JOAQUÍN LUIS ORTEGA Habrán caído en la cuenta de que mi disertación estaba escrita anticipadamente y un poco desde la lejanía. Así me fue pedido y asi tenía que ser. Pero estos escasos días que llevo en La Habana, acogido a la hospitalidad fraterna de los Padres dominicos, me han bastado para apurar y completar el conocimiento y la identidad de este convento y de su “Aula Fray Bartolomé de las Casas”. He podido hablar con unos y con otros y, sobre todo, he visto la asiduidad con que es visitada y consultada su biblioteca, ahora enriquecida con una mayor presen- cia de libros de la BAC. En realidad, he recibido muchas lecciones en estos pocos días. Pero no me esperaba la que me ha dado, en su mudez, el propio claustro o patio interior de esta casa. En sus paredes he aprendido no sólo la admirable historia de la labor de los domini- cos en Cuba, sino también la sustancia de este Centro de estudios y de esta Aula que ahora regentan. A la entrada, justamente, de la biblioteca llama la atención una frase del gran predicador dominico Lacordaire que suena así: “Los dominicos seremos eficaces en nuestro ministerio cuando la palabra muerta y sepultada en los libros reviva en nuestros labios y en nues- tra propia vida”, ¡Qué más desearía yo que esos libros que hoy he depositado en esta biblioteca revivieran y florecieran en infinidad de lectores! Pero no lejos de esa sesuda afirmación, en las mismas jam- bas de esta Aula que ahora nos acoge, se puede leer algo todavía más enjundioso y más cercano a la propia entidad de este Centro: “Toda verdad, quienquiera que la diga, procede del Espíritu Santo que infunde la ley natural y mueve a entender y a manifestar la verdad”. Es palabra y sentencia nada menos que de Santo Tomás de Aquino. ¡Que hermosas y atrevidas afirmaciones encontramos a veces en los libros antiguos! ¡Qué horizonte de autenticidad, de tolerancia y de compromiso en estas autorizadas palabras! Yo me había esforzado por definir, desde lejos, la identidad de esta casa. Nada más acercarme a ella la he descubierto en su plenitud. Lo celebro y doy las gracias a estos “amorosos dominicos”, como los llama acertadamente José Martí en otro de los carteles de este mudo y elocuentísimo claustro. J OAQUÍN L UIS O RTEGA

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