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880 JOAQUÍN LUIS ORTEGA La Biblioteca de Autores Cristianos salió a la calle con el propó- sito de remediar, en lo posible, esa deficiencia crónica. De ahí que proyectara un gran plan para alimentar, a base de letra escrita, la fe de los españoles. Así se explica que se autodefiniera desde el princi- pio como el pan de nuestra cultura católica. Durante generaciones, la BAC ha puesto al servicio de los lectores españoles lo esencial de la gran cultura cristiana. En todos los campos y en todos los formatos. Fuentes y ensayos. Ediciones cultas y tiradas populares. Lo antiguo y lo actual. Y todo con el único deseo de asegu- rar, como en el caso del pan, lo elemental de la cultura religiosa. Hoy, algunos se preguntan si no se ha quedado ya viejo ese eslogan tradicional de la BAC. Yo no estoy tan seguro de que haya perdido su vigencia. Quizá lo contrario. La ignorancia religiosa ha crecido en España de forma oceánica. Habrá grupos de católicos más cultivados; pero la vacuidad religiosa y cultural de la gran masa de creyentes resulta clamorosa. Quiere ello decir que el pan de la cultura sigue siendo impres- cindible. Otra breve referencia, ahora, a la cultura mediática que nos ase- dia y nos inunda por doquier. Es muy posible que en el juicio de la Historia, nuestra época –la encrucijada entre el segundo y el tercer milenios– pase a ser conocida y etiquetada como “la era de la comu- nicación social y cibernética”. Ningún fenómeno más novedoso ni más influyente existe en nuestros días. De hecho, el impacto de la cultura electrónica y sus imparables avances han supuesto una consi- derable crisis en la cultura escrita. Estoy seguro de que Johannes Gut- tenberg no diría ahora lo que se le escapó a poco de haber inventado la imprenta: “La imprenta es un ejército de soldados de plomo con el que se puede conquistar el mundo”. Así ha sido durante siglos. Pero ahora, mientras llega la letra impresa, habrá llegado ya a cualquier lugar y con enorme ventaja la comunicación electrónica. No quisiera yo ser tremendista, ni siquiera pesimista. Pero el pleito entre una y otra forma de comunicación está ya agudamente planteado, si bien es verdad que en la dinámica social e histórica resulta que las sucesivas experiencias y creaciones tienden a injer- tarse y a confraternizar con impensada naturalidad. Aun así, habrá que reconocer algunas cosas: que a la cultura escrita o literaria le ha s c e s c li t l i l l t “ s e ¡ c s i l c e c s L

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