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836 FRANCISCO R. PASCUAL g s e s s s e “ l e c l i a l c r i y c a v e a a eminentes. Entre ellos debemos contar a Eckhart, el cual se estira y empina indefinidamente, hasta alcanzar las partes cimeras del espí- ritu. Eckhart echa mano con frecuencia de las paradojas y antinomias, precisamente porque las vive intensamente superándolas. Quisiera hoy descubrir la posible coincidencia de la antinomia eckhartiana juventud-eternidad. Para ello, intentaré colocarme en la dimensión en que se sitúa el místico germano. Ya veo lo aventurado de la empresa. Pero los atrevimientos y los riesgos hacen progresar la ciencia, y aun la vida. Por otra parte, también el posible fracaso puede ser un éxito en el camino hacia la verdad. Una juventud eterna sería, por lo pronto, una juventud atem- poral. Pero, ¿existe una juventud con esta característica? O, hecha la pregunta con mayor radicalidad, ¿hay en el hombre algo que se escape al influjo del tiempo? Pueden ver mis lectores que no bordeo o soslayo la dificultad. Presento el problema en toda su crudeza. Que el hombre, el hombre mundano –el único a quien de veras conocemos– sea temporal, es una cosa demasiado manifiesta. Y además de manifiesta, eternamente preocupante. No deja de ser sin- tomático que los griegos despertasen a la filosofía sacudidos por la condición mudable y temporal de las cosas. Se conoce que el asunto lo llevaban clavado en su interior como una realidad desazonante. En torno a este primordial problema, fueron después urdién- dose las más variadas concepciones. Parménides, Heráclito y Aris- tóteles han pasado a la posteridad como arquetipos de las posturas que se pueden adoptar ante el mismo. Parménides, como símbolo de la posición estática, con su concepción del ser como algo presente, inmóvil. lleno y eterno. Heráclito –el Heráclito que se nos sirve ordi- nariamente en los manuales de filosofía–, como partidario del fluir universal. Y Aristóteles –madurez clásica–, como descubridor de la potencia, destinada en su mente a superar las dos posiciones anterio- res, claramente contradictorias. Por supuesto, esta repartición tiene un carácter convencional. Es inútil exigirle demasiadas precisiones. Y lo mismo puede decirse de la ejemplificación que de ella se hace. Pero, si no me engaño, lo mismo la repartición que la ejemplificación guardan un rescoldo de verdad bajo las cenizas que, de forma inexorable, va acumulando la marcha de la historia.

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