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846 FRANCISCO R. PASCUAL c l e c s a r c L t t a a i t e S e c l s c l e a y l z si tomamos estas palabras con rigor filosófico. Es más exacto afirmar que todo él se realiza en un presente, que no es el presente temporal, totalmente delimitado por el pasado y el futuro, sino un presente casi divino y eterno, que absorbe en cierto modo, en su ahora , el antes y el después. Es el presente que vivieron muchos místicos. D’Ors dice que en Eugenio sólo hay una memoria (la animal), porque en cuanto persona todo lo tiene presente. Con más verdad y hondura metafísica, confiesa Sor Isabel de la Santísima Trinidad que “vive un eterno presente, sin antes ni después... Estoy toda entera en la unidad de mi ser, en este ahora eterno ”. Y San Juan de la Cruz escribe, tratando de los grados superiores de oración: “La causa de este olvido es la pureza y sencillez de esta noticia; la cual, ocupando el alma, así la pone sencilla y pura y limpia de todas las aprehensiones y formas de los sentidos y de la memoria, por donde el alma obraba en tiempo; y así la deja en olvido y sin tiempo; de donde al alma esta oración, aunque como dijimos le dure mucho, le parece brevísima; porque ha estado unida en inteligencia pura, que no está en el tiempo; y es la oración breve que se dice que penetra los cielos, porque es breve, porque no es en tiempo”. El P. Rodrí- guez recuerda, en su Ejercicio de perfección y virtudes cristianas, el ejemplo medieval de aquel monje que, extasiado ante los trinos de un pajarillo, permaneció así años y años. Al despertar de su embe- leso, ya no vivía ninguno de los antiguos moradores del convento. Entonces comprendió el sentido de unas palabras de la Escritura, que antes le dejaban perplejo: “Mil años en la presencia de Dios son como un día”. El hombre que llega de algún modo a la cima de la existencia vence al tiempo. Por eso, puede prever y previvir el futuro. En el teatro, se ha querido jugar con esta posibilidad humana para crear situaciones insospechadas. Y no digamos en el cine. Después de este breve escarceo filosófico, más allá de la dialéc- tica marxista y del positivismo al uso, podemos hacernos nuevamente las preguntas del principio: ¿Hay algo en el hombre que se escape al influjo demoledor del tiempo? ¿Qué clase de relaciones hay entre el tiempo y el hombre? Si nos atenemos a la óptica gruesa del sentido común, el ser humano es temporal, exclusivamente temporal. Pero analizando al hombre con el anteojo de la metafísica, se encuentran en él unos íntimos recovecos, exentos a su manera del dominio del tiempo. En este caso como en otros, la filosofía enmienda los juicios

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