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844 FRANCISCO R. PASCUAL e e é e c s v i s e c a s a e c t e el que ha vivido, sólo puede ser vencido por el tiempo el enemigo del tiempo. El caso del hombre es radicalmente distinto. El hombre, en tanto que espíritu, se ha liberado en cierta manera de la esencia, y se halla implantado formalmente en el ser. Leibniz dice de él que es “un petit Dieu”. ¡Exacto! Es un Dios en miniatura, y, como Dios, dotado de cierta universalidad. Santo Tomás alude repetidas veces a esta condición casi divina del hombre. Principalmente, cuando habla de la voluntad y del entendimiento, esas ventanas que nos mantienen abiertos al infinito. El objeto de la voluntad, según él, es el bonum universale. Y el del entendimiento, el ens universale. Por consi- guiente, para el Angélico, el hombre no es un ser particular; tiene carácter trascendente. Lo cual, traducido al lenguaje de la Escuela, significa que el ser del hombre ha traspuesto la línea de la esencia, que intenta angostarle, estrecharle, reducirle a categoría. Absuelto en cierto modo de los límites esenciales, el hombre camina por rutas de auténtico imperio vital. Santo Tomás hace radicar en esto la contextura inmortal de nuestras almas. La segunda prueba que aduce en la Summa Theolo- gica a este respecto es de una profundidad abismática. Con frecuen- cia, Tomás de Aquino, revela mejor su talento metafísico cuando discurre espontáneamente, un poco al margen del sistema, en argu- mentos secundarios y en respuestas. Suenen así las palabras tomistas: “Cada cosa desea naturalmente el ser a su manera. El deseo, en los seres que conocen, sigue al conocimiento. Los sentidos no conocen sino bajo el prisma del aquí y del ahora ( sub hic et nunc). Pero el entendimiento aprehende el ser de forma absoluta ( absolute) y en todo tiempo (secundum omne tempus). De donde se desprende que todo aquél que tiene entendimiento desea naturalmente ser siempre. Ahora bien, el deseo natural no puede quedar inane. Por lo cual, la sustancia espiritual es incorruptible”. La inmortalidad del alma es una faceta de la eternidad propia del hombre en cuanto persona. No es únicamente duración, a la manera de las cosas. Tampoco se reduce a una simple per-duración o resis- tencia indefinida. Tal per-duración no puede darse sin un milagro. La inmortalidad del alma va englobada en la eternidad humana, la cual, a su vez, se fundamenta en la estructura ontológica, en el ser
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