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REFLEXIONANDO CON EL MAESTRO ECKHART El Maestro Eckhart dedica uno de sus famosos sermones a un tema realmente sugerente: “La eterna juventud de nuestras almas”. Reflexioné sobre él cuando era joven. Y sigue interesándome ahora, cuando los años mozos son sólo un recuerdo. Voy a consignar en el papel, casi sin aparato bibliográfico alguno, esas reflexiones mías, de ayer y de hoy. La juventud es, a primera vista, de lo más huidero y escurridizo que existe. Se escapa incesantemente de las manos, no dejándose nuevamente apresar. Diríamos que es como fluido, que sigue cami- nos irreversibles. Tiene mucha semejanza con el tiempo. De tiempo, en efecto, parece que se nutre; y como él, transcurre y desaparece. Suena, pues, un poco extraño hablar de una juventud eterna. A juicio de Tomás de Aquino, únicamente podría hacerse de forma analó- gica y participativa. Escribe en la Suma Teológica. “ Aeternitas vere et proprie convenit soli Deo; sed participative convenit diversis diversi- mode” (3,9-10, 2.3.). Sin embargo, el Maestro Eckhart consagró uno de sus maravillo- sos discursos a ese asunto “contradictorio”. Contradictorio en primera instancia y mirando las cosas desde abajo. Todos mis lectores habrán hecho alguna vez esta observación elemental. Se encuentra uno en el llano, y allí aparecen derramados, dispersos, los objetos de nues- tra circunstancia. La visión del llano es extensa, disgregadora. Pero ascendemos a la cima del monte, y allí los más variados y alejados objetos se nos muestran reunidos en una admirable unidad de pai- saje. Al parecer, los montes tienen la misión de conciliar las contrapo- siciones existentes en el mundo ambiente. Algo similar acaece en las zonas del espíritu. Las almas cultiva- das se remontan también fácilmente más allá de las contradicciones que angustian y dividen el vivir cotidiano. Y cuanto más cultiva- das, con mayor eficacia. Recuerdo ahora la definición de Dios –Ser Supremo– que da Nicolás de Cusa. Para el Cusano y para buena parte de la tradición mística, Dios es coincidentia oppositorum. Esta misma definición se puede aplicar, mutatis mutandis, a otros seres

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