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790 FRANCISCO IGLESIAS sin olvidar que estos esfuerzos eminentemente “jerárquicos” han con- tado con el soporte técnico de muchos especialistas privados. Final- mente, merece la pena subrayar también el vasto influjo de numero- sos expertos que, a diverso título, han trabajado y siguen trabajando en la Iglesia, e incluso el testimonio de vida de tantos creyentes com- prometidos, iluminados por la doctrina y el espíritu del Concilio. La convergencia de tantas energías, implicadas a diversos niveles en la promoción del patrimonio conciliar, ha ido marcando el ritmo y el perfil de la llamada recepción del Concilio durante estas cuatro décadas bien cumplidas de historia de la Iglesia; una recepción que ha supuesto, a causa de sus inevitables claros y sombras, reacciones, actitudes y juicios valorativos diversos. No me he prefijado como objetivo intentar hacer una radiogra- fía, ni siquiera esencial, del variopinto panorama del posconcilio. Me expondría a repetir un amplio espectro de datos bastante conocidos, bajo títulos muy diversos –logros, esperanzas, resistencias, añoranzas, fugas hacia adelante, retos desatendidos, desilusiones, lagunas, persi- stentes enfrentamientos teológicos, tensiones generacionales, nuevos desafíos y perspectivas, etc...– o a catalogar una serie de realidades y presupuestos –intenciones, lecturas y procedimientos hermenéuticos y metodológicos– a veces notablemente divergentes, simplificadores y desconcertantes, aireados con demasiada frecuencia y facilidad como el secreto de la correcta o de la lenta, y a veces confusa y poco clarificadora, asimilación del Concilio. Mi propósito es bastante más sencillo. Y añado, además, que tengo la intención de exponer el tema en forma breve y esquemática. Así, pues, dando por supuesto el complejo cuadro del posconcilio, evitaré internarme en esa jungla de árboles, que podría dificultar muchas veces la visión del bosque, y me limitaré a subrayar, más bien desde fuera, unos pocos desafíos importantes que siguen ahí, intoca- dos o intocables casi, comprometiendo la comprensión respetuosa y lúcida del Concilio. A mi juicio, dicho sea con toda modestia, la desa- tención, por ignorancia, superficialidad u olvido, respecto a ciertos retos que nos siguen haciendo los textos conciliares ha provocado los niveles de fragilidad teológica que revelan no pocos desencantos, desconciertos, lentitudes y resistencias del posconcilio. Y pensar que se trata de un fenómeno que se hace particularmente más visible cuando la cultura laicista pone a prueba, como sucede cada día, nue- s li y s i c t c s c c e a 2 s a c c V t
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